Emprendedurismo cultural: la “libertad” al servicio de un neofascismo social

la “libertad” al servicio de un neofascismo social

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Carlos Lima Autor

Activista sindical y pro masculinidades antipatriarcales. Sociólogo de la Universidad Central del Ecuador.

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Desde el 2015, con la caída del precio de los combustibles y las materias primas en el mercado internacional, se puede observar cómo se acentúa en las cifras un progresivo y sostenido deterioro multidimensional en las condiciones objetivas y subjetivas de vida de la mayoría de la población, acompañado de una creciente desigualdad, hasta llegar a la actual situación de crisis social.

Los grupos económicos de poder no solo no se han visto afectados, incluso han aprovechado la “oportunidad histórica” de la pandemia para acelerar la implementación de medidas que los consoliden como elites.

A medida que los ingresos del Estado se han ido reduciendo, las medidas de ajuste neoliberal que se han impuesto son más drásticas y las campañas político-culturales más intensas que, en conjunto, buscan naturalizar las inequidades y fragmentar los tejidos sociales. Todo esto independientemente del tinte político del gobierno de turno.

Frente a esto, pareciera que en el sector popular se ha instalado un ambiente de desesperanza, que se rinde ante esta imponente ola de dominación que avanza sin ningún obstáculo, pues hasta parece haber disgregado la fuerza del más importante hecho de resistencia plebeya de nuestros tiempos, como fue el paro de Octubre del 19. Donde la lucha entre las clases dominantes y las dominadas se había expresado con mucha claridad.

Pareciera que, a un importante sector de los dominados les hace mayor sentido práctico el proyecto histórico de las cosas y el capital, que en la actualidad se vende como única opción, para el cual no importa si las necesidades son creadas, si ante las carestías se justifica una lucha a muerte por la sobrevivencia, si las personas y la naturaleza son convertidas en una mercancía más, si la libertad es instrumentalizada, etc.

Es así como el esclavo moderno se siente libre, cómodo y sofisticado cuando se explota a sí mismo y estigmatiza a quienes podrían exigir mejores condiciones de vida. Se siente libre cuando se somete ante un poder superior teológico, que le autoexige evidenciar prosperidad y lo seduce haciéndole vivir como iniciativa propia: la optimización de sus energías y emociones en función de un mayor rendimiento para el sistema; que a su vez le implica rendirse en el ejercicio de la vitalidad de su propia libertad: una verdadera terapia de shock sobre la salud mental de la sociedad.

Siente su fracaso y el de las clases empobrecidas como algo personal y no estructural: no rechaza al sistema, se rechaza a sí mismo y a los dominados. En vez de revolucionario se vuelve depresivo, con la libertad de exigir desde sus impulsos viscerales. Calma sus carencias mostrando una armadura de crueldad.

Por odio a los empobrecidos, siente que puede ejercer su libertad, justificando y exigiendo el asesinato de ladrones comunes, para complacer su deseo de seguridad y exige la protección de una autoridad anónima, que le implica una superioridad moral conservadora.

Es quién exige que se garantice la criminalización de las mujeres empobrecidas que deciden abortar y el asesinato a las personas empobrecidas que han cometido un delito. Demanda que un presidente, que impunemente delinque evadiendo impuestos, sea quién indulte a un policía que asesinó con más de 12 tiros por la espalda a dos ladrones comunes.

Si le parece que un robo es causal de asesinato, es porque ha interiorizado radicalmente un mundo que pone al capital y a las cosas por sobre la vida y los vínculos. Con el sentido emprendedurista de “no sacrificar la libertad ante la seguridad” se está legitimando socialmente la presencia autoritaria de un Estado-delincuente, como el de México o Colombia, justamente sacrificando la libertad ante la seguridad.

La extrema derecha siempre ha buscado instrumentalizar las pulsiones viscerales, proponiendo algo que sólo da la apariencia de solución, frente a problemas profundos que ellos mismos han causado. Lo más cercano a esto es lo que ha hecho la política socialcristiana en Guayaquil (Durante el gobierno de León Febres-Cordero, por ejemplo).

Implementan/ron políticas neoliberales (ajuste a la inversión social, privatización de bienes públicos, flexibilización laboral, liberalización de la economía, cultura consumista, banal, del “sálvese quien pueda”, etc.) que, por ejemplo, convirtieron a Guayaquil en el cantón con mayor desigualdad social y mayor índice delincuencial.

Crean desigualdad, esta a su vez aumenta la delincuencia, ganan elecciones con un programa neoliberal y populista punitivo, y se repite el ciclo. Con el discurso de ‘abatir a la ínfima porción podrida de la población, se legitimó la violencia política a los dirigentes y al tejido de organizaciones sociales que se opusieron a las medidas neoliberales.

Asimismo, con un discurso populista punitivo, que instrumentaliza una sensación visceral de la “libertad”; actualmente, se busca legitimar una futura violencia política a la protesta social. No perdamos de vista cómo a las múltiples masacres en las cárceles le sucedieron los decretos de estado de excepción cuando se avecinaban protestas ante la creciente precariedad en las condiciones de vida.

Para quienes estamos construyendo un proyecto histórico de los vínculos y la vida; la instrumentalización de la libertad desde un neofascismo cultural, territorial y mediático debe implicar también un auto llamado de atención.

No podemos poner todos nuestros esfuerzos libertarios en una vía democrática electoral, sino ante todo en la construcción de tejidos sociales de democracia viva, pero además descolonizando nuestras interrelaciones de poder. Debemos modificar dinámicas de funcionamiento que impliquen castigo, temor, manipulación, culpa, centralización de información y decisiones, barreras a la autocrítica y a los diálogos asertivos, medidas punitivas, etc. Sin reproducir una epistemología patriarcal y reactualizando a nuestros tiempos una ética matrifocalizada.

La historia de la pérdida e instrumentalización de libertad es a la vez la historia de la pérdida de la ética y los valores sociales del orden matriarcal, que no permitían la concentración de los bienes, ni las decisiones comunes y de cómo la mujer ha perdido su posición en la Historia. Abriendo camino para la colonización y dominación de más sectores, esferas y relaciones de la sociedad.

El capital no es resultado natural del desarrollo económico, es resultado de un proceso histórico – político de cosificación de las relaciones de poder (que inicia con el paso de una sociedad matrifocalizada a una patriarcal), sin el cual no hubiese sido posible que en un momento determinado el capitalismo, gracias a su fuerza concentrada y jerárquica de poder, utilice la economía para apropiarse del plusvalor y los excedentes socialmente producidos.

La institucionalidad del sistema económico del capitalismo fue posible porque, ya se habían establecido reglas y normas que ya no se basaban en las de la ética de la sociedad matrifocalizada.

El Capitalismo no es solo Economía, es ante todo poder. Para quienes pugnamos por un proyecto histórico de los vínculos y la vida, es igualmente importante tanto la repartición equitativa de los bienes comunes, como la manera en que libremente se elige la satisfacción de las necesidades: libertad-igualdad como un solo cuerpo.

Debemos evidenciar, como desde este lado (nosotros) se construyen los tejidos colectivos que hacen realmente posible la expansión de la propia libertad; y necesitamos programas, organización y los mecanismos para desarrollarla.

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