La vida y la paz. Conflicto en Ucrania

Análisis histórico crítico del conflicto en Ucrania

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Catedrático universitario y dirigente político. Fue director de la Escuela de Sociología de la Universidad Central del Ecuador. Ex dirigente de la Coordinadora de Movimientos Sociales.

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Quito, 16 de marzo de 2022

Las preguntas

La tarea fundamental actual es defender la vida y la paz en el mundo. Un primer paso es tratar de entender las raíces y las causas de la violencia y las guerras. La pregunta no es solo por qué se da esta guerra, sino cómo construir una cultura de paz, una corriente de países y pueblos no alineados, que abra un camino de desarme universal, de resolución política de los conflictos y de paz para todos los pueblos.

En las guerras, la verdad es sustituida por la postverdad, la propaganda y la contrapropaganda, ampliadas en la actualidad por las redes virtuales y las estrategias de biopoder y de control de la opinión pública. Estamos sometidos a una guerra global mediática y de información de alta intensidad, como parte de una lucha cultural más amplia.

No se trata sólo del cerco informático a Rusia, la censura inquisitorial de todos los medios del enemigo y el desate de un ambiente macartista de rusofobia, sino un ataque al derecho de la humanidad a la información y la imposición del pensamiento único. El poder global nos impone temas unilaterales que recubren y ocultan los otros problemas de fondo. Hasta el 24 de febrero, el bombardeo mediático giraba en torno a la pandemia del COVID19; sorprendentemente, el tema ha desaparecido de las pantallas globales; CNN, BBC, Facebook, Google, YouTube, las redes sociales, los noticiarios, los análisis, ahora están copados con el nuevo tema único: la invasión rusa a Ucrania.

Se ocultan las otras guerras e invasiones imperiales de la OTAN y Estados Unidos, en Palestina, en Yemen, en Siria. Desaparecen los problemas que emergieron en la pandemia, el cambio climático: nos olvidamos que tenemos un plazo irreversible hasta el 2030 para poder restablecer equilibrios básicos en la relación con la madre naturaleza. Nos olvidamos de la desigualdad de un mundo de abundancia y exceso del 1% que concentra la riqueza, y que ahora seguirán aumentando su riqueza obscena en el negocio de la guerra, el negocio armamentista, frente al mundo del empobrecimiento y de los desechables. Y se impone un alineamiento único ante el enemigo común.

Esta es la primera batalla que debemos enfrentar, si queremos avanzar hacia una política de paz; defender nuestro derecho a tener acceso a la información necesaria, de diversas fuentes, para tratar de establecer la realidad. Desmontar el fetichismo de la guerra, la naturalización del conflicto, la inevitabilidad de la conflagración. Una de las variantes del fetichismo del poder es la construcción de un espacio binario amigo-enemigo, sin posibilidad de alternativas.

El tratamiento del conflicto entre actores estáticos, esencias que se mueven unilateralmente, desconociendo tanto los complejos procesos internos como las relaciones del contexto internacional, las sucesivas formaciones de constelaciones de poder y de sentido. La forma extrema es reducir el tema a las figuras dominantes, la imagen de Putin frente a la imagen de Zelensky, para ensalzarla o demonizarla. La propaganda bélica de cada bando juega en esta dinámica.

Para un análisis objetivo, el primer resguardo es superar la parcialidad de las fuentes, contrastar los hechos, las informaciones, las opiniones. Aunque nos enfrentamos con una dificultad estructurada por el poder global: los cercos informáticos de los poderes mundiales, el bloqueo de la información por el dominio del poder mundial de los grandes medios y de las redes sociales, la segurización de la información y los alineamientos bajo definiciones estructuradas a priori.

La guía es compartir del dolor de los pueblos que son las víctimas de las guerras, sentar la defensa de la paz y de la vida como principio ético-político rector.

Raíz ontológica

Como dice Natalia Sierra, hay una raíz ontológica de oposición entre las pulsiones de muerte y las pulsiones de vida.[1] La tendencia a la destrucción y conquista del otro se ha impuesto como la fuente de realización y triunfo en la modernidad occidental, bajo una triple dominación capitalista-colonial-patriarcal. Se expanden las violencias contra la madre-naturaleza, contra los trabajadores, contra los pueblos, contra las mujeres, contra la vida. Sin una respuesta que recupere el sentido sagrado de la vida de todos los seres, la fuerza de la comunidad y la colaboración, la capacidad de escuchar al otro y de reconocer en la diferencia la complementariedad, no hay salida a la cultura de muerte y violencia.    

La guerra se ha convertido en el camino sin salida de las disputas del poder mundial. Ya no existe la justificación ideológica de los tiempos de la Primera Guerra Fría por la presencia dela URSS. Ucrania es el tablero de las batallas geopolíticas entre la alianza anglosajona, encabezada por Estados Unidos y Gran Bretaña, y la alianza euroasiática en ascenso, establecida entre China y Rusia. El trasfondo es la crisis de la hegemonía unilateral de los Estados Unidos impuesta a raíz de la implosión de la URSS. La decadencia de los imperios y el surgimiento de nuevas potencias en la historia se han dirimido a través de guerras prolongadas. ¿Cómo superar las tendencias históricas?

Hoy la mirada está centrada en el conflicto en Ucrania, pero el mundo está atravesado por conflictos armados olvidados: en Siria, en Yemen, en Camerún, en Libia, en Irak y, sobre todo, en Palestina, con miles de víctimas de los pueblos. Se presentan otras formas de enfrentamientos y violencias, los muros de cerco contra los pueblos y los migrantes, las violencias contra las mujeres y la madre naturaleza. La guerra no se reduce sólo al conflicto armado, hoy todavía circunscrito al territorio de Ucrania, estamos en medio de una guerra mundial atravesada por guerras comerciales, guerras financieras, guerras de la información, guerras tecnológicas.

La raíz histórica

Un camino para entender el actual conflicto es recuperar el tiempo largo, para ver las tareas inconclusas de la humanidad y las fisuras en donde puede brotar la nueva flor. Una raíz del conflicto está en la historia de las relaciones entre Rusia y Ucrania.

Tenemos que regresar al punto de origen, a la alianza en el año 910 entre una parte de los vikingos, los Varegos, que iban desde Occidente, desde Suecia, hacia Bizancio, y se encontraron con los pueblos eslavos que venían desde la gran estepa, la tribu de los Rus. Allí nace la Rusia de Kiev, como una alianza pacífica, en que cada uno aporta para un nuevo proceso: los vikingos una forma más moderna de administración y los eslavos, el sentido comunitario de los pueblos. Una alianza que se amplía al acuerdo con la Iglesia cristiana ortodoxa. La invasión mongol en 1236 destruye las bases de la Rusia de Kiev, por lo cual se desplaza a una nueva capital, Moscú.

Cuando se constituye el Imperio Ruso, con la dinastía de los Romanov, a inicios del siglo XVII, empieza el dominio sobre los otros países. Se amplía la expansión, primero hacia el Báltico, bajo Pedro El Grande, con el dominio sobre los reinos de Letonia, Estonia, Finlandia, y derrotan a Suecia. Se impone la política de la rusificación de los pueblos conquistados. Catalina expande el Imperio hacia el Mar Negro, incluido el dominio sobre Ucrania. Los dos Alejandros expanden el Imperio hacia Asia. Cuando Bizancio cae, Rusia se convierte en depositario de los restos culturales y religiosos. Con los dos Nicolás, el Imperio zarista está constituido. La Primera Guerra Mundial es el marco de la crisis del Imperio Zarista y de la Revolución de Octubre.

Al comenzar el siglo XX, Ucrania pasa por un breve tiempo de búsqueda de constitución de un Estado moderno. Con el triunfo de la Revolución Bolchevique, la historia de Ucrania se entrecruza con este proceso. La constitución de Ucrania como república se asienta en la política de Lenin para la instauración de la URSS; pero el proceso de formación del Estado-nacional ucraniano no concluye, lo que se refleja en la indefinición de los límites territoriales.

En las 15 repúblicas que integran la URSS, conviven varias Rusias, entre las cuales está la Rusia original, blanca-eslava, integrada por Rusia, Ucrania y Bielorrusia. El problema de la igualdad entre las naciones se convirtió en un tema clave para el nuevo gobierno. Stalin planteó un modelo de Federación de Repúblicas Socialistas, con un centro fuerte, la Gran Rusia heredada del zarismo, bajo el dominio del partido.

Lenin logró que se establezca la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, basada en la igualdad. Con el dominio del estalinismo se impuso la política de subordinación y rusificación, bajo el modelo del socialismo en un solo país, al margen del internacionalismo, y con historias dolorosas, como el holodomor entre 1928 y 1933, que desembocó en la hambruna y la muerte de miles de ucranianos.

La URSS enfrenta y derrota al nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Rusia y Ucrania comparten el mayor sacrificio. En el lado oeste de Ucrania se dio el apoyo de diversos sectores al nazismo, lo que quedó como una herida sin sanación. El reparto del mundo después de la Segunda Guerra  da paso al dominio soviético en las repúblicas circundantes,  con problemas, resistencias y estallidos, como los casos de Hungría y Polonia, los mismos que irán creciendo; éste será uno de los factores para la implosión de la URSS.

Cuando se disuelve la URSS, Gorbachov plantea una reforma económica de incorporación al capitalismo y una política de desarme global. El Golpe de Boris Yeltsin consolida el control de los grandes capitales mafiosos en Rusia e impulsa una política orientada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) para desmantelar el control del Estado. Yeltsin conforma la Federación de Repúblicas Independientes, integrada por Rusia, Ucrania y Bielorrusia, con lo cual reconoce la independencia de los otros países.

Ucrania entra en un proceso complejo por su ubicación estratégica como bisagra geopolítica-geoeconómica entre Occidente y Oriente, sobre todo en el comercio de hidrocarburos y materias primas fundamentales; y también por su composición interna, pluriétnica, el noroccidente predominantemente con una cultura ucraniana, mirando hacia Europa y con contaminaciones pro-nazis, y el suroriente marcado por una cultura rusa, mirando hacia Rusia.

El problema se agudiza con el Golpe del Maidán en 2014 que derroca a un gobierno pro ruso e instaura un gobierno que plantea la incorporación a la Unión Europea y a la OTAN. En respuesta, Crimea se reincorpora a Rusia y el Donbass proclama su autonomía. Allí se trazan las líneas rojas desde los planes de seguridad de Rusia. Y también se abre una guerra civil entre el Gobierno de Kiev y las repúblicas de Donetsk y Lugansk.  

Los Acuerdos de Minks firmados en 2014 y 2015, abren un cauce de solución, para poner fin a la guerra civil, Ucrania se compromete a reconocer la autonomía del Donbass y a no atacarlo. Por un tiempo Rusia respalda una salida federada, que garantice la unidad de Ucrania y la soberanía del Donbass; y al mismo tiempo demanda la neutralidad de Ucrania, el no ingreso a la OTAN, para evitar la instalación de bases nucleares que amenacen el territorio ruso.

La guerra civil oculta cobra 14 mil víctimas mortales, mientras el Gobierno de Kiev insiste en el ingreso a la OTAN. Queda descartada la salida de una especie de Estado plurinacional dentro de Ucrania, que logre la unidad en la diversidad. Esa será la chispa o el argumento del Gobierno de Putin para iniciar la invasión.

Esta cuestión no es privativa del caso ucraniano, se presenta bajo diferentes formas en los estados con presencia plurinacional. En Estados Unidos, la Guerra de secesión terminó con el triunfo del Norte y las tesis federalistas, que reconocen la integración de los Estados, con un centro, pero con soberanías de cada Estado, mediante un sistema electoral indirecto de cuotas. Actualmente, este ordenamiento está bajo asedio y es uno de los factores de confrontación que puede amenazar la integración de los “Estados Unidos de América”.

Tampoco la Unión Europea ha logrado resolver esta cuestión, se mueve entre la disputa y el dominio de centros fuertes, sobre todo entre Alemania, Francia y Gran Bretaña, y el funcionamiento periférico de los Estados menores. Esta situación y la dependencia del poder americano son el fundamento de la debilidad de la UE, un gigante económico y un enano político. El Bréxit es uno de los capítulos inconclusos de este problema.[2]

La raíz geopolítica

En el actual conflicto de Ucrania se confrontan dos estrategias imperiales: el cerco de la OTAN contra Rusia y la invasión de Rusia contra Ucrania. Estamos en un escenario de crisis de la hegemonía norteamericana, el largo siglo XX empieza a cerrarse con la crisis de los sistemas que imperaron, la implosión de la URSS y la decadencia prolongada de Estados Unidos, la misma que tiene su signo en la derrota de Kabul y en la amenaza de un estado larvado de guerra civil interna.

El conflicto envuelve varios escenarios y niveles, como en un juego de matrioskas: el Gobierno de Kiev ataca a los pueblos de Donbass, el Imperio Ruso ataca a Ucrania, el Imperio norteamericano en alianza con Gran Bretaña y el sometimiento de Europa expande la OTAN e impone sanciones económicas en un cerco contra Rusia; la confrontación global entre el eje anglosajón y el eje euroasiático arrastra a la humanidad al riesgo de una guerra mundial.

En estos enfrentamientos, la humanidad y los pueblos de Ucrania y de Rusia son los afectados. La defensa de la paz implica exigir a los dos lados deponer la política de guerra, desescalar el conflicto y abrir las puertas a las negociaciones y las salidas políticas en Ucrania. Al mismo tiempo hay que superar el doble rasero de silencio ante las otras guerras olvidadas; y respaldar a los movimientos y pueblos que se defienden de las agresiones imperiales: la paz o es mundial, o no se puede consolidar.

Hay momentos decisivos que los poderes mundiales han desaprovechado para sentar las bases de una cultura mundial de paz. Después de la caída del Muro y la disolución de la URSS, concluye el Pacto de Varsovia, con lo cual era posible y necesario disolver también la OTAN, pues ya no tenía justificación. Se inicia un breve lapso de desarme mundial. Hay un acuerdo verbal para que la OTAN no se expanda hacia oriente, al área de influencia de Rusia. La euforia del triunfo y la proclamación de fin de la historia llevaron al poder norteamericano a expandir la OTAN hacia los ex-países socialistas, como un muro para impedir la unificación de Europa en acuerdos de colaboración también con Rusia, y mantener sometida a Europa a la estrategia de una larvada Guerra Fría, que nunca concluyó.

En 1994 se firma el Documento de Budapest, por el cual Ucrania entrega a Rusia el tercer arsenal nuclear más grande del mundo, con la condición de que nunca vaya a ser invadida. En 2014-2015 se firman los Acuerdos de Minks, Ucrania se compromete a reconocer la autonomía del Donbass y parar los ataques. No se cumplen los acuerdos ni por Rusia ni por Ucrania.

La reconstitución del proyecto de la Gran Rusia y la recuperación del poder sobre todo militar de Rusia bajo la dirección de Putin a partir de 2001, altera el dominio geopolítico en Europa y es vista por Estados Unidos como una amenaza creciente. La Rusia de Putin empieza por asegurar el dominio de las regiones en conflicto, en Georgia y sobre todo en Chechenia, mediante soluciones bélicas.

Termina construyéndose una trampa en torno a líneas rojas para la seguridad de cada lado, hasta el estallido del conflicto en Ucrania. Cada bando tiene su relato para la justificación de la guerra. Ningún argumento basado en la amenaza bélica es válido. La pregunta clave ¿era posible evitar esta guerra? Debe ser respondida afirmativamente, bajo una condición, la renuncia a las estrategias imperiales.

Las batallas económicas

En el fundamento de las guerras geopolíticas están las batallas geoeconómicas. La disputa central es el control del monopolio de distribución de los recursos energéticos en Europa. El signo está en los negocios del hijo del presidente Biden, como presidente de Burisma (entre 2014 y 2019, una de las principales compañías de gas de Ucrania).

Europa depende en alrededor del 40% del gas y el petróleo rusos, así como de la provisión de alimentos y minerales claves. Rusia ha buscado consolidar la alianza energética con Alemania a través del gasoducto Stream2 que está listo, pero ahora se encuentran suspendidos los permisos operativos. De su lado, Estados Unidos ha buscado entrar como exportador, y apunta a desplazar la dependencia de Rusia, mediante la diversificación de proveedores.

La batalla económica principal está en el control del monopolio financiero, en primera línea está la amenaza contra el dólar como patrón monetario en el comercio mundial. Estados Unidos ha enarbolado el SWIFT como el arma estratégica para el cerco económico a Rusia; sin embargo, en la práctica no ha logrado cumplir sino un cerco parcial, pues hay canales abiertos para la continuidad de la distribución petrolera y de gas.

El capital se mueve por encima de las fronteras nacionales y por debajo de las leyes, el capital profundo que linda con formas criminales. Rusia se preparó al cerco económico con la creación del propio sistema de operaciones financieras, con desconexiones progresivas del control europeo, con la acumulación de reservas en oro, y el acercamiento hacia la economía china y al sistema internacional de transferencias bancarias chino, CIPS. El cerco económico irá escalando, con costos no sólo para el gobierno, sino para el pueblo ruso, pero también contra la economía europea y con impactos en la economía mundial.

Ningún país puede escapar a las secuelas, también Ecuador siente los impactos económicos al cerrarse los mercados de exportación de banano, camarón, flores hacia Rusia y Ucrania, restringirse la importación de insumos sobre todo para la agricultura, y entrar en la alteración del mercado petrolero con subidas de los precios tanto del crudo como de sus derivados. Las secuelas económicas se traducirán en problemas sociales con nuevas oleadas de despidos de trabajadores en las áreas afectadas.

Las sanciones económicas a Rusia refuerzan el desplazamiento de la economía rusa hacia el eje euroasiático; uno de los signos es el nuevo contrato que firmó la empresa Gazprom para la construcción del gasoducto Soyuz-Vostok, para proveer de gas a China.

El monopolio de las armas nucleares

En el conflicto de Ucrania entra en juego la disputa por el monopolio de las armas nucleares y de las armas de destrucción masiva, como las armas biológicas. No se trata sólo de la carrera armamentista por el número. El Tratado para la prohibición de la proliferación de armas nucleares entró en vigor el 22 de enero de 2021. Sin embargo, Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia, China y Francia (las cinco potencias nucleares) y miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU no han firmado el acuerdo. Está en juego no sólo la cantidad, sino también la ubicación y potencial ventaja en la amenaza contra el enemigo.

Otra vez, como en la Primera Guerra Fría, regresamos al borde de la extinción de la humanidad bajo la amenaza del holocausto nuclear. Ucrania tiene la capacidad tecnológica suficiente para producir sus propias armas nucleares; y el ingreso a la OTAN implicaría reforzar esa capacidad, son graves repercusiones a la estabilidad de la región. Rusia ha reforzado su poderío militar, sobre todo con la producción de nuevos tipos de armas nucleares. La lucha por el desarme global, la ratificación del Tratado para la prohibición de la proliferación de armas nucleares por parte de las potencias nucleares, es una condición para un mundo de paz.

La raíz civilizatoria

Con ello, llegamos a un punto estructural. El problema geopolítico se amplía a la presencia de China, como nueva potencia en ascenso, con proyectos de expansión global, como la Ruta de la Seda. Dentro de la lógica del capitalismo mundial no hay espacio para una paz de convivencia de dos ejes de poder, la tendencia apunta a la agudización del conflicto.

La confrontación geopolítica tiene una raíz civilizatoria. Otra vez estamos al borde de una nueva barbarie para la humanidad. A las tribulaciones de la pandemia ahora se suman los dolores de las guerras que han llegado a las puertas de Europa y por ello se han hecho visibles; nuevamente, la política amigo-enemigo, la exclusión y condena al otro se han impuesto sobre la necesidad de la paz y la colaboración.

La guerra en Ucrania tiende a prolongarse con el riesgo de un escalamiento de la deshumanización en todos los terrenos: carreras armamentistas, migraciones y desplazamientos de poblaciones, muertes y guerras, cercos económicos y hambre contra los pueblos, hasta el borde de la amenaza de una guerra nuclear que desaparecería a la humanidad. Mientras más se dilata más dolor afectará a los pueblos.

También hay ganadores crueles que medran de la muerte: los mercaderes de la guerra ven con satisfacción la carrera armamentista que se desata sobre todo en Europa; los monopolios hidrocarburíferos de Estados Unidos, después de perder el control del petróleo de Medio Oriente a raíz de la derrota de Afganistán y de la retirada de Irak, buscan controlar el negocio en Europa. Los capitales especulativos financieros buscan apropiarse de las empresas amenazadas con quiebras tanto en Rusia como en Europa. China se mantiene a la expectativa, en un acercamiento condicionado a Rusia, pues sabe que la batalla es con el eje anglosajón, encabezado por la alianza Estados Unidos-Inglaterra.

No se trata sólo de la transición de un ciclo de hegemonía dominado por el eje anglosajón hacia un nuevo orden hegemónico multilateral, con presencia del eje euroasiático; sino también de una transición civilizatoria. Como decía Marx, un sistema desaparece sólo cuando ha agotado todas sus posibilidades. Estamos asistiendo al copamiento del capitalismo en todos los espacios, la pugna entre los ejes se da dentro de la reproducción ampliada del capitalismo global, bajo sus formas extremas, no hay coberturas ideológicas.

Todavía hay un tiempo largo de agitaciones entre las salidas unilaterales impulsadas por las viejas potencias y el multilateralismo que se impone bajo la nueva realidad, como bandera de las potencias en ascenso. El capítulo de Ucrania se presenta como un momento de un trazado de nuevas fronteras económicas y geopolíticas, para desembocar en una paz basada en la disuasión nuclear más que en la colaboración, en las concentraciones y centralizaciones de capitales sobre todo financieros y rentista, ya no sólo por encima de los Estados-nacionales, sino también de los bloques hegemónicos. Esa tendencia la encarna de manera más eficiente la estrategia de la Ruta de la Seda que la expansión geopolítica-militar impresa por Occidente.

Los límites estructurales del sistema se desplazan a un nuevo terreno: al choque del modo de vida capitalista con el ritmo de la madre-naturaleza, que se expresa como los retos del cambio climático y la amenaza de nuevas pandemias; al rebosamiento de la desigualdad social con niveles irracionales, especulativos y criminales de concentración y centralización de la riqueza, y nueva formas de exclusión y empobrecimiento, que se expresa como una nueva división entre el amurallamiento del obsceno mundo de la abundancia y el exceso, ante el mundo excedente de la exclusión; a la exacerbación de todas las violencias y la sobreexplotación contra la Madre-naturaleza, las trabajadores, los pueblos originarios, las mujeres, las guerras integrales-híbridas; a la saturación del control y disciplinamiento de la sociedad para expropiarle el alma en las diversas prácticas, un postnarcisismo que vacíe la posibilidad del goce humano en comunidad.  

Las posibilidades antisistémicas se mueven todavía subterráneamente como conciencias y demandas por la paz, por la comunidad, por la armonía con la naturaleza, como semillas que encarnan un mundo diferente, postcapitalista, postcolonial, postpatriarcal.

Nuestra América

Nuestra América tiene la posibilidad de impulsar una política de no-alineamiento y de paz:

  • Oponernos a las guerras de ocupación y sometimiento de los pueblos en el mundo. Reafirmarnos en el principio de la autodeterminación de los pueblos, y en el derecho a la vida y la paz para todos, sin exclusiones. Solidarizarnos con los pueblos de Ucrania y de Rusia, con los desplazados, respaldar a los movimientos por la paz dentro de Ucrania y de Rusia.
  • Oponernos a la invasión de Ucrania y exigir una salida política que garantice la soberanía de Ucrania, la seguridad y la paz de los países en conflicto; apoyar el carácter neutral de Ucrania y la no instalación de bases militares extranjeras y armas nucleares. Demandar el cumplimiento de los Acuerdos de Minsk, el respeto a los derechos y a la paz de los pueblos del Donbass.
  • Exigir la disolución de la OTAN, el cese de la expansión en Europa y en el mundo. Oponernos a la contaminación en nuestro continente con la declaración de Colombia como aliado principal no OTAN por el Gobierno de Biden.
  • Impulsar la lucha por el desarme mundial y la suscripción sobre todo por Estados Unidos, Rusia y China de los Tratados contra la expansión armamentista nuclear y biológica.
  • Defender la libertad de información en el mundo, rechazar la dictadura mediática de las transnacionales informáticas para imponer el pensamiento único, condenar la rusofobia.  
  • Solidarizarnos con las luchas de los pueblos por su liberación, empezando por el Pueblo Palestino y Yemen; exigir el cese de las agresiones imperiales en el mundo.
  • Impulsar la comunidad de paz y fraternidad en el mundo, como nueva forma de relación y vida de los pueblos. Reforma profunda de democratización de la ONU para que actúe como espacio de relaciones multilaterales para la solución pacífica de los conflictos.

La raíz comunitaria de los pueblos originarios, las prácticas del cuidado de la vida de las mujeres, las memorias de las luchas libertarias en nuestra América pueden ser la semilla para el cambio civilizatorio que requiere la humanidad, hacia un mundo en paz.

Este conflicto es un punto de inflexión en el orden mundial. Los conflictos no tienen solución en el actual (des)orden mundial y en el marco de una modernidad que se basa en la negación y dominio del otro y de la Madre-naturaleza. La defensa de la paz implica enfrentar el dominio capitalista-colonial e impulsar acuerdos sobre los temas civilizatorios, empezando por la defensa de la vida, de la paz mundial, de la casa común y los bienes comunes de la humanidad.


[1] Para desmontar el fetichismo de la guerra, es necesario abordar un debate filosófico-político sobre el sentido de la violencia y la guerra. Varias pistas: el paso heideggeriano de la visión óntica de la violencia como el punto de apretura del ser, el ente, la respuesta ante el nihilismo y la decadencia de la modernidad para empezar una nueva era; a una visión en donde la violencia es la afirmación de la racionalidad calculadora y, por tanto, la negación del ser, pues tiene el carácter de aseguramiento del poder, en donde el rasgo distintivo del poder es que necesita poder, pues entiende el ser como voluntad. Y desde allí la conexión con el principio de que la guerra, la forma extrema de violencia, es la continuación de la política por otros medios; a través del cual es posible una relectura de la tesis marxista de la lucha de clases como partera y motor de la historia, no en tanto proclamación de la capacidad transformadora de la realidad social, sino como la caracterización de un tiempo que debe ser superado. Pasar por Levinas, para reconocer y sentir en el otro la invocación del ser, responder al llamado del Otro, la ética antes del ser, una humanidad convocada a la bondad.

[2] También en nuestro país éste es un problema pendiente, a pesar del reconocimiento constitucional del carácter plurinacional del Estado. Los conflictos aparecen en los puntos de superposición de soberanías, como en el caso de los proyectos extractivistas que invaden los territorios comunales.

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