Reseña de “Tras las huellas de Rumiñahui”

Reseña de "Tras las huellas de Rumiñahui"de Tamara Estupiñán

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Antropólogo, comunicador social, lector empedernido, diablo de Píllaro. Realizó investigaciones en fiestas populares, teatro, literatura ecuatoriana, violencia de género y música andina. 

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Rumiñahui, formidable, aguerrido y valeroso es un mito patriota asociado a la resistencia indígena frente a la conquista española. La tradición, la pedagogía, el civismo y el indigenismo contemporáneo asignan un lugar importante al “Cara de Piedra”, en el panteón de héroes nacionales: pillareño, nacido en Huaynacurí, nieto del Ati-Pillahuazo, hijo de la Choasanguil y de Huayna-Capac, hermano de Atahualpa, general en la Guerra Civil del Tahuantinsuyo, bastión de la defensa del Reino de Quito.

Se cuenta que una erupción del Cotopaxi desbandó sus huestes en plena batalla en el páramo del Tiocajas, lo que le obligó a retirarse a Quito cargando los tesoros incaicos previstos para el rescate de Atahualpa, para después de prender fuego a la localidad, esconder las fortunas en algún inhóspito e inaccesible lugar en las faldas del monte Rumiñahui o en algún sitio de los misteriosos Llanganates.

Numerosas leyendas se tejen en torno a estos acontecimientos: mito, tradición e historia se juntan para producir una amalgama difusa y caótica. Es por eso que, el libro “Tras las Huellas de Rumiñahui” escrito por Tamara Estupiñán, especialista en Historia Republicana y Colonial del Ecuador, y publicado en 2003 con el auspicio del “Banco General Rumiñahui”, es un faro a la hora de analizar la producción histórica e historiográfica sobre este personaje para evitar caer en errores previos: descontextualizar al líder indígena mitificándolo en héroe o tirano.

La obra de Estupiñán tiene varios aciertos: 1) utiliza una estrategia metodológica mixta que combina la reconstrucción cronológica con el análisis riguroso de cada una de las fuentes e informantes para evaluar el conocimiento y la veracidad de los textos producidos por conquistadores, cronistas e historiadores en su contexto temporal, social y político; 2) una revisión profunda y crítica de fuentes documentales, de archivo y representaciones visuales; 3) la cronología, que en sí misma es una labor exhaustiva y un aporte valiosísimo a la historiografía nacional; 4) la definición del espacio geográfico de actuación de Rumiñahui y la creación metodológica de las categorías: Quito-aborigen para referirse al sitio actual de la ciudad de Quito, Quito-inca, para aludir a las naciones y pueblos bajo el régimen de Atahualpa, y, Quito-Chinchaysuyo para hablar de la parte norte del Tahuantinsuyo; y, 5) una interpretación crítica de los acontecimientos que contrasta con la historiografía previa, y que busca desmitificar al héroe (o traidor), sentando las bases para un debate de amplio espectro, alejado de intereses políticos partidistas, pueblerinos y/o patrioteros.

La tesis que defiende “Tras las Huellas de Rumiñahui”, como estudio historiográfico, es que: “Rumiñahui, como hecho histórico, fue un evento (y personaje) importante en la guerra que sostuvieron Atahualpa contra Huáscar y en la posterior conquista española de Quito; […] en la historiografía, en cambio, se trata de entender cómo funciona la tradición escrita” (Estupiñán, 2003, pág. 15), es decir, cómo cambia y como se constituye la imagen contemporánea que tenemos de Rumiñahui. El capítulo primero nos lleva a la génesis histórica del “Cara de Piedra”, en un ambiente de guerra, conquista y desintegración.

La autora nos presenta algunos de los textos más antiguos en donde se menciona a Rumiñahui: el testimonio de Cristóbal de Mera de 1534, resulta la primera fuente documental que lo menciona. Para Estupiñán, la figura de Rumiñahui, desde su origen, estuvo desproporcionada, se le atribuyeron destreza y valor en las batallas; pero también se le imputó de sanguinario y de comedor de carne humana. Esta primera historiografía americana, generada por los testigos presenciales (iletrados quizá) de la conquista, fue conformada en el clima de la guerra: los acontecimientos se sucedieron de forma violenta, rápida, imprevista e imprevisible ante unos observadores intrépidos, alucinados y enceguecidos por el oro, que escribieron y/o narraron con el ánimo inflamado por la avaricia y las pasiones, con poca dimensión histórica, dejando un mar de confusión, desconocimiento y contradicciones.

El capítulo segundo analiza la producción historiográfica generada durante la colonia. En esta etapa se produjeron a grandes rasgos dos corrientes distintas: por un lado, los cronistas oficiales que se interesaron en justificar y legitimar como hazañas las acciones de los conquistadores para gloria de España y su Rey, esta tendencia fue duramente criticada por Bartolomé de las Casas; por otro lado, los cronistas de la cronología inca que, preocupados por la pérdida de la memoria colectiva en torno al pasado andino, recogieron y reconstruyeron el origen, el desarrollo y la expansión del imperio de los Incas.

Por supuesto, también existieron cronistas enfocados en describir las maravillas de la naturaleza del ande y/o enfocados en estudiar las costumbres y las lenguas de los amerindios. A estas investigaciones históricas, se suman los registros y los archivos del cabildo de Quito, entre los que se cuentan diversos juicios y testimonios de los pobladores que piden o justifican haberes en virtud del servicio prestado a la corona durante la conquista. Un panorama complejo de fuentes que Estupiñán ordena y escudriña con esmero para ofrecer uno de los argumentos que sostiene su tesis: durante la colonia, la historiografía convirtió a Rumiñahui en tirano, perdió su dimensión histórica y terminó por conjurar los peores vicios y maldades.

Para Tamara Estupiñán, los cronistas oficiales: Fernández de Oviedo, López de Gómara, y el contador Agustín de Zárate -en tanto hombres de Estado al servicio del Rey- justificaron y legitimaron la conquista española, dignificando a los conquistadores al revestir su accionar de valores morales y religiosos, en tanto que la resistencia, encabezada por Rumiñahui, fue planteada como la antagónica presencia del maligno en forma de actos crueles y fratricidas.

Para estos 3 autores, en la visión de Estupiñán, Rumiñahui encarnó al diablo, puesto que cometió atrocidades contra los de su propia estirpe y contra los españoles, se negó a entregar el supuesto tesoro recogido en el Reino de Quito para la liberación de Atahualpa, secuestró a los hijos de Atahualpa para exterminar la descendencia real y erigirse desde la tiranía, como el líder de un imperio derrotado antes de la batalla. Engañó a Illescas (Quilliscacha), y a traición, después de un banquete, lo asesinó a sangre fría y fabricó un tambor con su piel para intimidar y consolidar su dominio. Según esta versión, la conquista española se realizó para castigar al tirano Rumiñahui y socorrer a los Cañaris que pedían ayuda.

Otro cronista oficial fue Pedro Cieza de León, cuya historia: “La Crónica del Perú”, recién se encontró y divulgó completa en 1979. Esta obra supera con creces a las anteriores, la narración no está encaminada a demostrar la superioridad moral y religiosa de los españoles, sino que indaga en las consecuencias de un conflicto bélico y cultural caracterizado por las diferencias en la otredad. En ese sentido, Cieza de León incorporó más datos sobre los actores indígenas, nombres, costumbres, la geografía andina, entre otros.

En estos textos de Cieza de León se aprecia una dimensión humana de Rumiñahui, es un tirano sí, por asumir el poder de manera ilegítima; pero es también un diestro cacique con altos dotes de inteligencia en estrategias militares, un valiente soldado que defendió con su vida lo que creía justo: su tierra y sus costumbres. Cieza de León leído desde Tamara Estupiñán, buscó la conciliación resaltando lo mejor de ambos bandos, por eso en su relato de la batalla del Tiocajas no hubo vencedores ni vencidos, por eso destacó la ambición desmedida de los extranjeros que los llevó a guerrear entre sí, y planteó como salida: la rendición de los locales en virtud de la superioridad tecnológica de los invasores.

Sin embargo, pese a este intento por recobrar el personaje de Rumiñahui en su contexto histórico, los cronistas de la cronología india lo mitificaron de nuevo al construir una visión distorsionada, perversa, negativa y exagerada del líder. Tamara Estupiñán centra su análisis en el inca Garcilaso de la Vega, en Juan de Betanzos y en Felipe Guamán Poma de Ayala. Estos cronistas enfocaron sus escritos en los incas y en otros pueblos que habitaron los Andes. Por ello, el énfasis de sus relatos está en la guerra civil del Tahuantinsuyo más que en la conquista española, se dignifica a los líderes y a los guerreros incas menos a Rumiñahui.

Los “Comentarios Reales”, toda vez que su autor el inca Garcilaso de la Vega se consideraba heredero cuzqueño, se ensañó con Atahualpa y los quiteños. Las acciones de Rumiñahui se perfilaron como una carnicería humana que incluyó a vírgenes, poblados inocentes y niños. Asimismo, Guamán Poma de Ayala ilustró y describió a quince heroicos capitanes indígenas a quienes revistió de uniformes e implementos militares, con excepción de Rumiñahui, a quien tachó de traidor y fue dibujado con mirada sedienta, mientras abría el estómago de una víctima.

Juan de Betanzos, cuya obra recién se descubrió y publicó en 1987, por otro lado, ayuda a esclarecer algunos acontecimientos en torno al conflicto entre Huáscar y Atahualpa y a la conquista española. Toda vez que encontró una fuente inmejorable, su propia esposa: doña Angelina Ocllo, que cuando fue adolescente fue seleccionada para ser la piviguarmi (mujer) de Atahualpa y estuvo presente en el momento de su captura y ejecución en Cajamarca. Doña Angelina -cuyo nombre indígena fue Cuxi Yupangue- fue tomada por Francisco Pizarro como concubina y a la postre terminó casada con Juan de Betanzos.

El tercer capítulo del libro: “Tras las Huellas de Rumiñahui” analiza la historiografía producida en los Siglos XIX y XX, en donde la  visión negativa y exagerada de caudillo persistió gracias a las investigaciones del Padre Juan de Velasco. Su obra: “Historia del Reino de Quito en la América Meridional”, retrató el comportamiento aborrecible de Rumiñahui quien, teniendo ocasión de ayudar y salvaguardar la vida de Atahualpa, decidió traicionarlo con la intención de usurpar el trono.

Velasco escribió en el contexto de la ilustración, cuando la Revolución Francesa puso en tela de juicio el sistema político vigente, por eso su obra respaldó a la monarquía. Por eso para Tamara Estupiñán, Velasco se empecinó en probar que antes de la llegada de los españoles al Reino de Quito, las civilizaciones andinas vivían en una monarquía legítima (la de los quitus y los shirys), que se fusionó con otra monarquía legítima, la de los incas; y que fue, violentamente interrumpida, no por la llegada de los españoles, sino por la traición de Rumiñahui que rompió la línea de sucesión ocasionando un vacío en el poder, que permitió la sucesión de los españoles por vía de la Realeza.

Con la independencia y la creación del Estado-Nación, la obra de Velasco se convirtió en la fuente autorizada sobre el pasado aborigen y colonial del Ecuador, los siguientes historiadores siguieron fiel o parcialmente su versión. Pedro Fermín Cevallos redimió levemente al “Cara de Piedra” y lo ascendió al grado de General; Federico González Suárez, aunque atacó desde la arqueología la existencia del Reino de Quito, siguió los datos de Velasco y repitió las crueldades imputadas a Rumiñahui añadiendo un dato que sería de vital importancia para el futuro.

Siguiendo como fuente a Juan de Castellanos, el único que había escrito que Rumiñahui tenía un gran peñol en Píllaro por fuerte, González Suárez asoció la resistencia indígena al poblado (cantón) de Píllaro, lo que desató la conversión del traidor en héroe. En el cuarto capítulo de su obra, Tamara Estupiñán desarrolla otro de sus argumentos: la metamorfosis que transformó al tirano en General, al comedor de carne humana en defensor del suelo patrio.

Fue José María Coba Robalino, historiador pillareño, quien propuso por primera vez para la historia y la historiografía en su “Monografía General del Cantón Píllaro”, publicada en 1929, una línea materna de ascendencia para Rumiñahui enfocada en los líderes aborígenes pillareños: el Ati-Pillahuazo y la Mama Choasanguil, cuya hija, Nary Ati habría contraído nupcias con Huayna-Capac, siendo por tanto, Rumiñahui medio hermano de Atahualpa, legitimando así la sucesión de la monarquía y exaltando la heroica resistencia indígena.

Coba Robalino utilizó como fuentes la obra de González Suárez y los relatos orales del cacique Pablo Tituaña de Huaynacuri(Píllaro), que alegaba ser descendiente del Ati-Pillahuazo, y que sus abuelos habrían escrito una obra sobre los Reyes de Píllaro que se quemó porque unos enemigos incendiaron la casa. Aunque la veracidad de la fuente oral de Coba Robalino es dudosa, esta propuesta histórica fue aceptada porque respondía a dos demandas sociopolíticos de su época: la inclusión de los pueblos indígenas/aborígenes/andinos en la construcción nacional (y la visibilización de las injusticias que muchos de estos hombres y mujeres sufrían), y la defensa de la soberanía estatal, que se veía amenazada por las diferencias limítrofes con el Perú, que en contraste, se abría al mundo con el reciente  descubrimiento de Macchu Picchu.

Tamara Estupiñán entiende que Coba Robalino, al construir la historia de su pueblo Píllaro, de mi pueblo Píllaro, “puso sobre el tapete el drama que vivían los ecuatorianos a inicios del Siglo XX y forzó una genealogía local para exaltar a nuestros indios aborígenes”  (Estupiñán, 2003, pág. 82). Aunque Coba Robalino falsificó la estirpe de Rumiñahui, lo hizo para responder a una cuestión urgente: ¿Qué podía hacer Ecuador, ante la imagen de grandiosidad étnica peruana, cuando para el mundo nuestro país era algo ficticio? Podía volver a los orígenes más remotos y erigir un nuevo símbolo que represente una revaloración de lo étnico e infunda sentimientos patrióticos: Rumiñahui, héroe en la defensa de la soberanía nacional frente a la avaricia extranjera/cuzqueña/peruana/española.

La metamorfosis de Rumiñahui fue aceptada con vítores y aplausos, fue reproducida por los siguientes historiadores: Óscar Efrén Reyes, Gonzalo Rubio Orbe, que escribió una biografía sobre Rumiñahui, y la Enciclopedia de Historia del Ecuador de Salvat Editores. Únicamente Jacinto Jijón y Caamaño manifestó sus reservas a la versión de Coba Robalino. Lo cierto es que Rumiñahui se convirtió en héroe nacional y al poco tiempo se escribieron biografías y se estipularon fechas conmemorativas, se difundió su figura y sus hazañas hasta estampar su rostro y su nombre en billetes, ciudades, municipios, colegios, instituciones, bancos, entre otros.

Estupiñán critica la lectura de Rumiñahui como héroe nacional porque es excluyente con las mujeres, con los cañaris, con los pueblos de la Amazonía, de la Costa y de otras regiones no asociadas con el Quito-inca. Estupiñán demuestra que el personaje fue subordinado a los intereses particulares de los autores o de sus patrocinadores, primero se lo atacó en nombre de ideas religiosas y después se lo sacralizó por afanes políticos en función de la patria. Por supuesto, la historiadora propone su propia versión de los acontecimientos, cotejando datos y fuentes, y elabora, como ya se dijo, una amplia y detallada cronología a tener en cuenta al momento de abordar estos tópicos históricos.

El Rumiñahui histórico (de Estupiñan) no fue un tirano que se alzó traicionando a Atahualpa, pero tampoco fue un héroe nacional que peleó en defensa del suelo patrio, debido a que el Ecuador como Estado-Nación es una creación del Siglo XIX. Rumiñahui no nació en Píllaro, ni fue hijo de Hayna Capac, ni nieto del Ati-Pillahuazo, puesto que no existen documentos fidedignos que respalden esta genealogía, lo más probable es que haya sido de origen o ascendencia cuzqueña y que él o sus padres hayan llegado a Quito en calidad de mitimaes durante la invasión de Huayna Capac.  

Rumiñahui no defendió la patria, pero si resguardó a Atahualpa, a sus hijos y a su familia en la guerra contra Huáscar y en la defensa del Quito-inca. En ese proceso, se convirtió en el líder más representativo de la resistencia aborigen contra la conquista española. Rumiñahui no se resguardo en Píllaro, sino en los Sigchos, ni escondió ningún tesoro en los Llanganates en razón de que el oro, las joyas y los bienes recogidos de la recámara personal de Atahualpa fueron arrebatados por Ruy Díaz, uno de los colaboradores de Benalcázar.

Más allá de que varias ciudades y pueblos -en Ecuador y en Perú- se disputen el sitio de nacimiento de Rumiñahui, la obra de Tamara Estupiñan desmitifica al personaje y a la Leyenda del tesoro de los Llanganates, y en su proceso, arremete sin querer contra lugares como Píllaro, que forjaron su identidad local en torno a estos mitos.

¿Qué respuestas encontraremos como pueblo para resguardar y/o transformar nuestra identidad local? Como Pillareño, no me siento obligado a salvaguardar el historicismo del Rumiñahui pillareño, más bien soy partidario de la desmitificación, del debate amplio y de la contrastación de fuentes y criterios porque, en última instancia, el relato de Coba Robalino, certero o no; es mágico y envolvente, es Literatura, es mitología, es, por tanto, una piedra angular de la identidad pillareña.

Más importante que comprobar la veracidad de los relatos históricos, es el uso que se les da a estos relatos en el presente. Es por ello que considero peligrosa una visión mitificada e idealizada de Rumiñahui que, en el derrotero de la postmodernidad, puede encausar ideas y/o proyectos políticos exagerados, fanatismos e incomprensiones que a la postre, polarizan la sociedad y nos conducen al campo de batalla.

Que la obra de Tamara Estupiñán: “Tras las huellas de Rumiñahui” sea la primera piedra para un encuentro historiográfico que se interese en desentrañar nuestra historia, más que en implantar proyectos ideológicos, políticos y/o localistas.

El medio de comunicación no se responsabiliza por las opiniones dadas en este artículo.

La Disputa

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