Las gemelas

Cuento de terror: Las gemelas

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Gabriela Celorio

Directora del medio de comunicación La Disputa, Gestora de proyectos de tecnología y de comunicación, Magister en Comunicación de la Universidad Andina Simón Bolívar, investigadora en el ámbito de la Comunicación y Educación. Escritora de narrativa y poesía por afición.

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Podríamos decir que eran las 12h00 cuando Martha se encontraba en casa como todos los días preparando el almuerzo para sus hijos y su marido Juan. Su hermana gemela Lucía había decidido irse de mochilera por toda Latinoamérica por dos meses y llegó ese medio día para despedirse de su hermana Martha.

Ellas dos gotas de agua, su hermosa cabellera azabache, mismo peinado: moño alto, flacas al extremo, ojos grandes y de un negro profundo, nariz perfecta, labios casi inexistentes, blancas como esos seres casi inhumanos: pareciera que no tuvieran sangre. Solo les diferenciaba el lunar que tenía Lucía en el cuello. Huérfanas y sin un solo familiar en su vida.

Lucía entró sin tocar la puerta, sorprendió a su hermana con un abrazo fuerte que era sorpresivo y cálido, ella era más fría que una granizada al finalizar el invierno. Martha le preguntó si le pasaba algo – conocía de pies a cabeza a su hermana- lo que Lucía respondió que por fin podrían hablar de algo que le estaba pasando.

  • Martha me he enamorado y me voy con él al viaje.
  • ¿Por qué no le has traído para conocerle?
  • Eso es lo difícil hermana, no sé cómo decirte, pero quiero que sepas que jamás haría nada para dañarte.

Martha empezó a empalidecer, mientras cortaba la cebolla para el refrito.

  • Martha estoy enamorada de Juan, sabes que ha sido mi mejor amigo por años, no lo pude evitar, quería decírtelo yo misma.
  • Él no se atrevió a decírmelo ¿Verdad?
  • No quería causarte más daño, hermana aquí están los papeles, te deja todo: la casa, el carro, todos sus ahorros. Nos vamos a Perú juntos.
  • Di algo por favor… Abofetéame, grita, por favor perdóname…

Las lágrimas salían de los ojos de Martha como las gotas de mar que reposan en el cuerpo, saladas, picosas, molestas y sobre todo dolorosas. Martha siguió picando la cebolla, mientras su hermana la gritaba, la impulsaba a que dé una señal de desprecio, de indignación.

Lucía se acercó para abrazar a Martha, para decirle que la amaba y que sentía tan mal por todo lo que sucedía. Martha se dio la vuelta con su cuchillo favorito con el que cocinaba todos los días y a toda hora, entró suave y perfectamente en el corazón de Lucía. La sangre a borbotones inundaba la cocina nítidamente limpia, salía como si fuera un grifo infinito…

Martha pensó de inmediato, la rebanó como hacía con los pollos enteros que le llegaban cada semana para cocinar, la puso en varias fundas de basura, sin su ropa, quemó su cara para que esté irreconocible y limpió toda la sangre. Le contestó a Juan desde el teléfono de Lucía diciéndole que la recogiera en la estación del centro en tres horas, tiempo suficiente para toda la diligencia.

Puso a Lucía en el auto, junto con su ropa de ama de casa y botó las fundas en la quebrada del pueblo aledaño. Regresó a su casa, se bañó, se puso una mudada de Lucía y su perfume, se maquilló como ella y colocó el lunar con un delineador, también se abofeteó la cara como señal de que existió una pelea y escribió una carta dirigida a Juan:

Juan,

Te amé, te glorifiqué todos estos años, cuidé de tus hijos. Me engañaste con mi hermana y te largas con ella. Dejo todo, la casa, el carro y les dejo a tus hijos. No me busques

Me voy lejos para hacer una nueva vida, cuida de ellos por favor.

Siempre tuya, Martha.

Metió la carta en el bolsillo y tomó un taxi. Llegó a la cita con Juan y le contó como Martha había llorado por la noticia, como había empacado sus cosas, escribió la carta y se había ido.

Desde ese entonces, Martha pinta su lunar cada noche en el baño, se acuesta con su propio esposo y cuida a sus propios hijos con el nombre de Lucía.

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