Creyente, profesional, emprendedor y cafeinómano. Trabajo por ser empático, solidario y justo. Mi fin último: trascender.
La inmensidad de la creación y del universo frente a la realidad humana, hace ver al hombre tan pequeño, indefenso y extremadamente vulnerable. Pensar que tan solo somos islotes en medio de la nada o del todo, lo que se considera seguro y confiable se sostiene en una base frágil y angosta que en cualquier momento se quiebra y sucumbe. Sin embargo, el misterio de la inmensidad nos incita a querer descubrirla y conquistarla, asumir los riesgos y apostar a ganar o perder; la sola idea excita los sentidos y nos empuja a actuar.
Observar el mundo es contemplar, contemplar es adentrase, adentrarse en imbuirse en el misterio. El misterio es la vida, el mundo, mi mundo, el otro, el mundo del otro. Aristóteles decía que la contemplación es un acto de placer y felicidad que se origina al descubrir los misterios de la intelectualidad y la vida virtuosa. La virtud es un sustantivo que incita o mueve las cosas, las potencia en su máximo esplendor, perfecciona los dones y los convierte en el motor de los actos buenos de los hombres.
Hacer alusión a la contemplación implica deslindarse de las cargas que el ser humano lleva en sus hombros y en sus pensamientos. Así mismo desnudar su alma del pesado traje que el sistema obliga a vestir, para sentir la palmada y el aire que entra en los pulmones de la misma forma que lo sentimos la primera vez cuando nacimos. Contemplar es descubrir el sentido que tiene el comportamiento del ser humano. Descubrir cuál será su misión en el mundo, descubrir que más allá de cumplir con los ciclos de la vida como nacer, crecer, estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, pagar las cuentas, celebrar fiestas, sufrir, amar, llorar, envejecer, creer, inclusive morir, existe otra razón por lo que nos ha venido bien estar presente ahora y en este tiempo.
Lo parafraseado y escuetamente filosofado anteriormente tiene que ver con el arte y el efecto que, me generó la inspiración que el artista Johand Salazar ha plasmado en su obra: “La vista a mitad de la caída”, una ilustración digital, impresa en vinil sobre lámina de PVC, cuya imagen se muestra al inicio; y, por lo que es sabido, se inspiró en el poema de Secretariat (Bob Waksberg 2020) de la serie Bojack Horseman.
El poema aborda la humanización de la especie como seres vivos y racionales. Es una elegía. Es un lamento a lo que lo un día fue y ya no será. Es una mirada hacia atrás que nos deja perplejos por el sentimiento de culpa o arrepentimiento por lo que no hemos hecho y que se convierte en cargo de conciencia fuerte y en reprimenda de aquello fustigamos el alma y el pensamiento.
Precisamente esa perspectiva del poema permite el desarrollo de la creatividad para que el artista diseñe su obra. Me gustaría destacar ciertas líneas del poema y contrastarlas con la ilustración. Los demás efectos serán personales, dependiendo de la vista del observador. El poema completo estará al final.
“Sus pies se balancean, se detiene, ya es hora…”
En la punta del iceberg invertido o pequeño islote existe una persona que balancea sus pies. Contempla, tan solo contempla. ¿Qué ver en esta inmensidad? Si ya nada está oculto, ni la imaginación hace mucho esfuerzo por desarrollarse ante los misterios develados.
La contemplación implica beneplácito, que sólo las almas seguras y calmadas lo pueden lograr, ¿quizá sea esa la felicidad de la que tanto hablaba Aristóteles? Es un sentimiento resiliente, frente a lo que está hecho y en curso. En la otra punta, irónicamente, existe un ancla a mitad de la caída ¿acaso la contemplación y felicidad no suelen quedarse a medias o verse irrumpidas por los sueños truncados? Las limitaciones y el miedo a lo desconocido siempre serán el ancla más pesada que haya en las mentes humanas.
“Una inundación de endorfinas trae una calma sin igual.
Ahora estas volando. Ves todo más claro que desde tierra firme.
Todo está bien. Lo estaría si no estuvieses en medio de la caída.
Golpeas para frenar la gravedad”
El festín de endorfinas aplaca la mitad de la caída, eleva el pensamiento y lo sitúa donde se encuentra ahora, en la cima que es sinónimo de felicidad. Su antípoda es el dolor y la frustración.
Maquiavelo decía que la ciudad se la contempla mejor desde la cima; en este caso no queremos ver la ciudad, sino la realidad. Pero contemplarla desde todas las perspectivas que no se pudieron ver por el éxtasis del momento. La funesta realidad impulsa a reaccionar fuerte y violentamente a la gravedad que nos arrastra y atrae. Tolerar lo intolerable, amar lo que no se debería, soportar lo insoportable.
¡No! Debí haber pensado en la vista en medio de la caída.
¡Sí solo hubiese sabido cómo era la vista en medio de la caída!
La vista a mitad de la caída no es más que la tibia actitud ante la realidad que nos condena, o al menos que creemos que nos condena y frustra frente a lo que soñamos algún día o hasta hoy anhelamos. No es un lamento a la vida. Tampoco una versión pesimista de la misma. Se refiere más bien a un estado contemplativo del resultado de las decisiones que se han tomado.
La cima es el resultado de haber tomado decisiones que marcaron el punto de inflexión en el curso de la vida: preparación, camino y perseverancia. El fracaso de la misma forma es el resultado de haber tomado las decisiones quizá correctas, pero sin la preparación, ni el emprendimiento ni la perseverancia que se merecían pese a tener proyección exitosa.
En fin, de esto se aprende aún más. El fracaso permite tomar nuevas decisiones, que no son más que nuevas oportunidades para rediseñar un nuevo plan, unos nuevos objetivos, una nueva vida, un nuevo ciclo, nuevas formas de ser felices y una nueva razón para vivir, de hecho, incrementar nuestra fe.
Poema “La vista a mitad de la caída”
“La débil brisa no susurra nada.
El agua grita sublime. Sus pies, se balancean.
Respira profundo, se detiene, ya es hora.
Sus dedos ya no tocan el puente, pronto estará bajo el agua.
Con los ojos cerrados, pero espiando la vista en medio de la caída.
Una ventisca, sol de verano. Un río rico y majestuoso.
Una inundación de endorfinas trae una calma sin igual.
Ahora estás volando. Ves todo mucho más claro que desde tierra firme.
Todo está bien. Lo estaría, si no estuvieses en medio de la caída.
Golpeas para frenar la gravedad. ¿Que podría detener la caída?
Daría todo porque mis dedos tocaran de nuevo la cima. Pero ya está, es un hecho.
El silencio ahoga el sonido. Antes de saltar, ¿por qué no vi la vista en medio de la caída?
¡No! Debí haber pensado en la vista en medio de la caída.
¡Si solo hubiese sabido cómo era la vista en medio de la caída!”
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