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Los platos en el lavabo

Cuento de Gabriela Celorio, Obra: Los platos en el lavabo

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Gabriela Celorio

Directora del medio de comunicación La Disputa, Gestora de proyectos de tecnología y de comunicación, Magister en Comunicación de la Universidad Andina Simón Bolívar, investigadora en el ámbito de la Comunicación y Educación. Escritora de narrativa y poesía por afición.

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Laura con la mirada perdida observaba los platos en el lavabo. En esos tres años, había lavado 4360 veces los platos, había cambiado muchos pañales, cocinado los mismos 10 platillos repetida y constantemente durante su matrimonio. Pero ese día era diferente, volvería a aquel pueblito que había dejado hace 5 años junto con su hijo.

Laura cursaba el primer año de universidad cuando conoció a su esposo José, ella adoraba todo de él, claro, la colmaba de flores, de dulces, de amores infinitos. Ella se fugaba de una que otra clase para sus encuentros.

Laura se quedó embarazada, su sueño era tener una familia, cumplir con el mandamiento de su papá Dios, eso incluía amar al ser que estaba en su vientre, entregar su vida devota a sus hijos y a su futuro esposo. Porque el matrimonio era eso, un lazo para siempre. La ley de Dios tutela a la mujer a llevar una vida doméstica y feliz al lado de su marido.

Laura dejó de estudiar y se dedicó a tiempo completo a su quehacer doméstico, José se graduó y consiguió un trabajo. Nació su hijo con la bendición de Dios, como ella decía: le salió sanito.

El tiempo pasaba como pasaba la rutina del matrimonio, Laura ya no era tan joven, José ya no la miraba, ella se daba cuenta, pero claro la vida de casados es para siempre, se decía.

Una mañana rutinaria, Laura sin querer, al acomodar la ropa de José encontró un pendiente. Miró que era muy hermoso, se lo probó con lágrimas en los ojos, sabía que le pertenecía a alguien más.

Esa tarde inolvidable para Laura, José llegó de su trabajo, besó a su niño en la mejilla, la miró con ese desprecio que ya era costumbre. Laura habló.

– José encontré este pendiente, ¿De quién es?

-¿Qué insinúas Laura?

Él se acercaba a Laura, por primera vez ella retrocedía, sentía como su ombligo se oprimía en su estómago, como la sudoración la poseía, como el miedo recorría su cuerpo lánguido y flaco. José la miraba fijamente, empalidecía cada vez, al fin Laura pudo pronunciar palabra.

-No te molestes, no insinúo nada.

-Claro que lo haces Laura, lo tienes en la punta de la lengua, dilo

-No diré nada, no me sigas José por favor.

-Crees que tengo a otra ¿verdad?

-Te digo que no me sigas por favor

-Sí Laura, tengo a otra y tienes que aceptarlo, mírate no eres nada de lo que conocí de ti, ¿Qué esperabas?

-Tus palabras me lastiman, deja de seguirme.

Laura con sus manos delgadas, empujó a José. Vino el primer golpe en la cara de Laura, luego uno en el estómago, Laura cayó al suelo.

-Ahora ya sabes las reglas Laura. Si quieres que te siga manteniendo, no te toca más que aguantar, al fin y al cabo, sabemos que no te irás. Ahora, dame la comida y arregla a ese niño que anda harapiento.

De esas peleas, fueron varias, Laura empeoraba de salud. La maestra de su hijo se dio cuenta, la convenció de ir a trabajar al colegio por las mañanas para que ahorre un dinero.

Laura se levantaba muy temprano para hacer los quehaceres domésticos, para que José no note que ella se iba a trabajar. Al principio, su miedo a estar sola, al fracaso marital, a llegar a la casa de su madre con un divorcio, le impedía irse, pero su situación de salud con cada golpe empeoraba. Su hijo amanecía empapado cada mañana y se escondía al ver a José.

Ese día que miraba los platos en el lavabo, Laura lloraba, pero de emoción, cogió a su hijo, lo arrulló, lo subió al cochecito. Abrió la puerta del que había sido su hogar hasta ese día para irse y no volver.

Cuando la puerta se abrió por completo, miró a José estaba parado frente a su casa. Se acercaba lentamente, muy lentamente. Laura intentó huir, él la tomó del brazo, dos bofetadas y cayó en el suelo, comenzó por ella. El cuchillo filoso entró en el estómago de Laura, luego en su espalda, luego en su pecho. Luego fue por el niño, lo arrojó con la pared y subió las gradas iba a la recámara. Lo último que recuerda Laura, fue oír varios gritos en la calle.

Laura despertó en una cama de hospital, la profesora la mira con lágrimas y le dice: Laura, José se mató, se lanzó desde la azotea, por fin eres libre.

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