La línea del tiempo y la Escritura

Ensayo literario sobre la Escritura

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Directora del medio de comunicación La Disputa, Gestora de proyectos de tecnología y de comunicación, Magister en Comunicación de la Universidad Andina Simón Bolívar, investigadora en el ámbito de la Comunicación y Educación. Escritora de narrativa y poesía por afición.

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Toda nuestra vida nos pasamos aprendiendo a dibujar líneas. Empezamos a garabatear en nuestros cuadernitos de jardín, hacemos líneas infinitas pintando, nos vamos a los extremos, pasamos nuestro límite.

Cuando estamos en la escuela, aprendemos a caligrafiar nuestros pensamientos y los de los demás. Aprendemos a conjugar, aprendemos a que las líneas forman figuras, y nos pasamos la mayoría del tiempo dibujando en todos los cuadernos escolares. En el colegio aprendemos el concepto de línea o al menos pensamos que lo sabemos, pero de lo que sí estamos seguros es que la línea es infinita… Esa infinitud nos obliga a que el fin no es una opción.

El concepto de línea sigue tornándose confuso, creemos que el tiempo es lineal y que progresamos cuando los minutos y las horas pasan. El mundo sigue “avanzando”, seguimos consumiendo, comprando y trabajando sin cesar, ¿Qué haríamos si esa línea curvara? Probablemente, nos perderíamos en el delirio de volver a un mismo punto de la Historia.

La línea a través del tiempo tiene otro sentido, voy por ella, siempre encaminada a dibujar líneas, a enmarcar líneas curvas a lo largo de cada actividad de mi vida. Empecé escribiendo uno de esos poemas tristes y patéticos a la edad de 18 años. Parecía que miles de unicornios se habían apoderado de mí y solté toda esa inmundicia. Por supuesto, lo publiqué en el periódico de mi colegio público, no me asomé al recreo durante una semana…

Luego empecé a escribir en la soledad de mi pequeña habitación que daba a la lavandería. Mientras veía a mis vecinas ir y venir, lavando miles de uniformes, sacos, pantalones, yo iba escribiendo los versos construidos desde la melancolía y la depresión que me causaba estar encerrada todos los viernes por las tardes, sin tener nada que hacer.

En la Universidad, la línea desapareció, dejé por completo de escribir. Pero en las únicas vacaciones palpables que tuve y que recuerdo, pasé a digital todo lo que había escrito. En esa mezclilla de sentimientos escupidos y de lágrimas que me tragué sin cesar, estaban todos mis poemas, desde el poema de las margaritas, hasta el poema de ese joven aquel que me persiguió desde la esquina de mi casa y que me encarnecía el miedo de perder mi libertad para siempre.

En mis años más hermosos y que recuerdo con profunda nostalgia, estuvo la línea continua del miedo a hablar en público o confesar mis más íntimos sentimientos en mi apariencia fría y masculinizada se había extendido a lo largo de toda mi existencia. Una tarde de lluvia, de esas tardes que una pasa en la biblioteca tratando de estudiar el último día antes de un examen, un compañero entró a la carpeta equivocada en mi computador y los encontró. Un compendio de 20 poemas de todas las historias fallidas y de mis desasosiegos más profundos. Con una mala cara lo envié fuera de la biblioteca, sin embargo, fue el momento en que la línea había tomado otro rumbo, podía leerlos sin vergüenza…

Luego de terminar la universidad, entré en una profunda depresión que se convirtió en una línea continua por un largo tiempo. Mis sitios para escribir desaparecieron, solo me quedó un poco de mi mísero sueldo para comprar libritos usados en una de las librerías que quedaba cerca de la Universidad, pero claro la rutina de mi carrera técnica se apoderaba de las líneas que creaba mi mente, las desechaba, las fusilaba, sin retorno. Perdí dos años de mi vida, sin letras y sin conocer gente que pudiera sacarme de ese letargo que me embrutecía, ya no podía pronunciar mayores oraciones que: “Saludos cordiales”, “Agradezco su cordialidad”, así pura verborrea.

Hace unos 5 años logré persuadirme y curvé la línea, ahora escribo mucho, escribo para que la continuidad de mi existencia sea invariable. Me ayuda a sobrellevar esa línea rutinaria de los días laborales que matan por completo lo poco de inspiración que me queda en esta constante trayectoria.

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