Terrorismo: la nueva normalidad del Ecuador

Análisis crítico sobre el terrorismo y el narcotráfico en el Estado en Ecuador

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Magíster en Estudios Latinoamericanos mención Política y Cultura. Licenciado en Comunicación Social. Analista en temas de comunicación, política y elecciones. Articulista de los medios digitales: Revista Plan V, Ecuador Today, Revista Rupturas, Diario del Norte y La Línea de Fuego.

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Que nadie se engañe, el Ecuador libra un combate contra delincuentes avezados, malandros drogodependientes -en su mayoría menores de edad- que operan como terroristas y que han sumido al país en una ola de violencia sin precedentes históricos. Muchos de ellos son provenientes de las barriadas más desatendidas y lúmpenes de las provincias de la costa; pero también hay extranjeros, aquellos que ingresaron “como Pedro por su casa” por nuestras fronteras gracias al dichoso experimento progresista de la “ciudadanía universal”.

De hecho, aunque algunos híper-garantistas amantes del neoconstitucionalismo y los derechos humanos selectivos lo quieran negar, la narcodelincuencia -con todos sus tentáculos en la justicia, la política e incluso la economía- marca la condición de una nueva normalidad.

“La guerra interna” con la que tenemos que lidiar -al menos- si queremos sobrevivir en este ambiente hostil, donde a cualquier hora del día hay amenazas de bomba, amotinamientos carcelarios, secuestro de personas, “vacunas”, quema de autos y muertes violentas que develan -ante los ojos del mundo- el rostro de un Estado gangrenado y sufriente, que intenta recuperar el control y su autoridad al interior del territorio nacional; pese a que su institucionalidad está enquistada por las mismas organizaciones criminales que auspician y financian los actos terroristas perpetrados por jóvenes, en su mayoría afros y cholos que visten de pantaloneta, usan chancletas, andan de a par en moto y cargan desde pistolas hasta fusiles de asalto y explosivos para matanzas individuales y carnicerías colectivas.

La realidad es durísima, pero hay que reconocerla. Solo en un país sin limitaciones morales y, por ende, de absoluta putrefacción social -del cual el Estado, los gobiernos anteriores y las élites políticas son corresponsables-, puede haber orgullo y satisfacción al autoidentificarse con cualquiera de las 23 organizaciones de terrorismo urbano y su rastro de muerte que, en 2023, dejó 7 878 crímenes entre asesinatos, homicidios, femicidios y sicariatos, con una tasa de homicidios de casi 50 muertes por cada 100.000 habitantes; y un alarmante un décimo lugar en la lista de los países más peligrosos del mundo, según Global Organized Crime Index 2023, (con un puntaje de criminalidad de 7,07), y el más violento de la región.

Frente a ello, hay que admitir que, pese a no estar de acuerdo con varios aspectos de fondo y forma de la gestión del presidente de la república, Daniel Noboa, este ha tomado el combate al terrorismo como primerísima prioridad -aunque alias ‘Fito’ líder de ‘Los Choneros’ todavía no aparezca y más allá de cualquier cálculo electoral que pueda existir- a tal punto de que ya no importa si el Plan de Seguridad del Gobierno Nacional se llama “Fénix”, “gorrión”, “paloma” o “halcón”; la clave es combatir a la narcodelincuencia y a sus operadores con la fuerza de un Estado que con sus policías y militares legitima la unidad nacional.

Sin embargo, este mismo Estado batalla contra su propio sistema de justicia, anacrónico y corrupto, que boicotea el trabajo de policías y militares al dejar en libertad a los miembros del terrorismo urbano, como ocurrió con una estructura de ‘Los Lobos’ detenida infraganti el pasado domingo 14 de enero, por atentar con explosivos contra las instalaciones de la Policía Judicial.

Solos no lograremos sostener el conflicto interno, mucho menos ganar esta guerra. Por ello, más allá de cualquier sesgo, es clave la presencia de la cooperación internacional en materia de seguridad y de los gobiernos amigos para derrumbar la cuasi soberanía que hoy tienen en barrios, parroquias, cantones y provincias del país las organizaciones terroristas y sus malandrines drogodependientes.

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