Antropólogo, comunicador social, lector empedernido, diablo de Píllaro. Realizó investigaciones en fiestas populares, teatro, literatura ecuatoriana, violencia de género y música andina.
Alejandro Magno, sin duda, es uno de los personajes más asombrosos y mitificados de la antigüedad. Asimismo, su campaña militar contra Persia y el auge del imperio helenístico son algunos de los procesos bélicos, sociales, políticos y culturales más estudiados de la historia humana.
Varias de las anécdotas y episodios de vida de Alejandro pasaron a la posteridad gracias a la Literatura y al cine; sin embargo, no es tan conocida la recia figura – eclipsada por su enorme sombra- de su padre: Filipo II de Macedonia.
El antiguo Reino de Macedonia surgió a comienzos del Siglo VII a.C., bajo la dinastía de los Argueadas en la zona septentrional del Peloponeso; en pleno linde de la Grecia Clásica y los pueblos bárbaros. Los macedonios, por tanto, no eran considerados ni ciudadanos de las polis, ni salvajes. Después de varias luchas intestinas, el reino se consolidó en el Siglo IV a.C. cuando Filipo II llegó al poder convirtiéndose en la potencia del Peloponeso, allanando el camino para la llegada de su hijo, quien conquistaría todo el mundo conocido.
Para muchos especialistas, las hazañas de Alejandro se posibilitaron únicamente por el gobierno previo de Filipo II; aún más, para varios académicos, los sucesos en torno a Filipo son más decidores, importantes y relevantes que los de Alejandro. Lo cierto es que no es el uno ni el otro, fueron ambos los que posibilitaron la expansión del imperio helenista, el intercambio cultural con los pueblos del Oriente Próximo, la difusión de textos antiguos de diferentes épocas, idiomas y contextos; en síntesis, viabilizaron las bases de la sociedad occidental.
Una de las mejores formas para acercarnos a los personajes y sucesos relevantes de la Historia, es la Literatura; concretamente, la novela histórica. Nicholas Guild, es un escritor californiano especializado en ficción histórica, algunas de sus obras más relevantes son: “El tatuaje de Linz” de 1985, “El Asirio” de 1987, “El Macedonio” de 1993, “La Daga Espartana” de 2017, entre otros.
El estilo de Guild combina la erudición del historiador y del docente de literatura, con una narración trepidante y detallada -de tinte cinematográfico- que mantiene la intriga hasta el final, utilizando un léxico sencillo, sin florituras, ni adornos. Aunque la sinopsis del texto plantee un retrato completo de la vida de Filipo, este queda a medias, puesto que la novela cubre sus primeros años de vida, su juventud y ascenso al poder hasta el auge del Reino de Macedonia, enfocándose en las maquinaciones palaciegas, los dramas políticos y las guerras. De manera que, al terminar la lectura, la historia queda incompleta, haciendo falta una secuela o en su defecto, un fanfiction.
La novela arranca cuando el Rey Amintas VI recibe la noticia del nacimiento de su cuarto hijo legítimo, a quién llamó Filipo, para recordarle que, aunque príncipe, el acceso al trono estaba casi vetado -hace 300 años no había un rey Filipo en Macedonia-. La criatura fue marcada por los dioses, aplastó el cordón umbilical de su madre al nacer, indicando desde ya, su bravura, arrojo y poderío. Se encargó la alimentación y la crianza del niño a Alcmena y a su esposo Glaucón, siervos fidelísimos del Rey, que lo cuidaron como a su hijo propio.
Filipo creció, por tanto, alejado de sus hermanos Alejandro y Pérdicas, herederos al trono. Se cuenta que, en cierta ocasión, estando los tres hermanos en las caballerizas, trajeron un violento e indomable corcel: Alastor. Entonces Alejandro, el mayor, retó al cobarde y tibio Pérdicas a montar y domar al caballo. En medio de las burlas, fue Filipo y no Pérdicas quién aceptó la contienda, amansando al jamelgo ante la sorpresa de todos. La misma diosa Atenea obraría milagros cobijándolo con su sabiduría y sus artes bélicas.
En el lecho de muerte de Amintas VI, el Rey tuvo una revelación: los hados le mostraron el futuro, el porvenir de victorias y hazañas de su hijo y de su nieto. Pero era tarde, Amintas no alcanzó a expresar su voluntad, el reino quedó al abrigo, amparo y protección del heredero legítimo, su primogénito: Alejandro II.
El príncipe había estudiado las ciencias de la guerra y de la administración pública, estaba convencido de que sería un gran rey hasta que se topó con la realidad: las limitadas milicias macedónicas no solo eran insuficientes; sino que no tenían disciplina, no eran un ejército como tal. Además, los rivales políticos y militares de Macedonia querían aprovechar la coyuntura, el ascenso de un joven Rey, para sublevarse y ejercer la hegemonía en la región. Mientras Alejandro II buscaba ejes de maniobra, la política estatal era controlada por Tolomeo, su caprichoso y corrupto tío, quien no dudó un instante en casarse con la viuda de Amintas, para entretejer sus embustes en la búsqueda del poder.
Pero a nadie se le escapaba la fuerza de gigante que dormía en el más pequeño de los Argueadas. Tolomeo y Amintas lo mandaron al exilio en Iliria, del cuál regresó fortalecido, con conocimientos de la geografía, la cultura y la sociedad de los rivales. A la muerte de Amintas, acaecida a través de una conjura liderada por el mismo Tolomeo, ascendió al poder Pérdicas quien, de vuelta, envió a Filipo a otro exilio, esta vez en Tebas, potencia militar que hace poco había acabado con el dominio espartano gracias a su Batallón Sagrado.
Este famoso escuadrón de elite consistía en 150 parejas de amantes, todos varones, que combatían codo a codo protegiendo a su amado y a su pueblo. Pero Filipo no llegó a Tebas como desterrado, lo hizo como refugiado político. En calidad de protegido de los generales Pelópidas y Epaminondas, quienes lo instruyeron en la configuración de la falange; significativa ventaja de la infantería, frente a la caballería, elemento central del ejército macedonio.
También pasó por Atenas, en donde compartió con su amigo de infancia Aristóteles, -Platón hace un cameo también- consejero y futuro maestro de su hijo Alejandro Magno. A su regreso a Macedonia, Filipo fue utilizado por su hermano Pérdicas para controlar ciertos problemas de frontera, venciendo en Iliria y en Tracia. A la postre Pérdicas cayó con intromisión de Tolomeo -siempre tramando-, a quien no le quedó otra opción que rendirse ante la potencia del nuevo Rey: Filipo II. El flamante monarca no perdió un día, partió de inmediato a apaciguar las regiones conflictivas, y enseguida enarboló la nueva hegemonía con base en Macedonia.
La brillante novela casi que queda inconclusa, pues nos presenta a Filipo desde la niñez hasta la llegada al apogeo, y de pronto, terminan sus páginas dejándonos con ganas de más. Quizás la intención del autor fue explayarse en los valores humanos y virtudes militares de un predestinado Filipo, toreando, de alguna manera, su etapa de madurez conocida por su gusto por las orgías y los excesos.
En efecto, esta línea de análisis revela las falencias del libro, -y de muchas novelas históricas- la sobredimensión de los ideales y acciones de un personaje histórico. Así, Filipo es retratado magnánimo, sin mancha y virtuosísimo. Entonces se representa una idealización de la persona, no una humanidad total sino la parte más luminosa, puesto que no tiene defectos ni rabietas, ni vicios ni orgullos.
También se extraña la presencia femenina. Las pocas mujeres que aparecen en el texto son meras cosas, caricaturas o acompañantes. Casi no tienen voluntad, sirven al hilo dramático como objetos destinados al placer o dominio del varón. Se podría argumentar que otorgar mayor protagonismo femenino resultaría un anacronismo; y tendrían razón. Sin embargo, más allá de realidades históricas, sabemos que las novelas son ficción, y en ese sentido, se puede tener margen de acción creativa que involucre la representación de lo femenino, más allá de la cosificación.
A pesar de estos contratiempos, la novela se lee de un tirón. Nos sumerge en la Macedonia y la Grecia Antigua y nos incita a cabalgar junto a Filipo entre sus ejércitos. Las novelas históricas ayudan a darle color a los sucesos opacos del pasado, estructurados en nombres y fechas en la historia oficial; pero repleta de afectos de la Literatura.
Disfrutemos con precaución, no confundamos lo literario con lo histórico, la ficción con la investigación, la persona histórica con el personaje de ficción. Sí, Filipo II fue un protagonista de su tiempo, un héroe, un brillante político y un valiente militar. Pero también es un relato, un mito, un semidiós. Pocas cosas tan bellas como el cruce entre la Historia y la Literatura, verdadera y única maquina del tiempo.
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