Dar el paso

Cuento de Gabriela Celorio: Dar el paso

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Directora del medio de comunicación La Disputa, Gestora de proyectos de tecnología y de comunicación, Magister en Comunicación de la Universidad Andina Simón Bolívar, investigadora en el ámbito de la Comunicación y Educación. Escritora de narrativa y poesía por afición.

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Me encontraba en la encrucijada entre dar el paso o quedarme ahí parada toda la tarde hasta tomar una decisión. Mis manos sudaban a borbotones, mi pecho se hundía y palpita con gran velocidad, mis ojos estaban achinados, he llorado por 12 horas sin parar.

Mi vientre hostil me repetía una y otra vez todos los meses que jamás podría ser madre. Pero yo era insistente. Todos los miércoles iba al bar de Lucía para conocer al nuevo galán. Estoy consciente de que soy muy atractiva, con vestido luzco muy bien, por lo menos eso es lo que dicen todos los compañeros nocturnos que los llevo a la casa y son desechados cada jueves por la mañana antes de ir al trabajo, así que no me es difícil acercarme engatusarlos.

Claro, ninguno conoce mi propósito, solo uno de ellos que se llama Marco, miró las marcas en mi estómago y me preguntó por qué tenía tantos pinchazos. Le conté toda la historia ese jueves que me bajó la regla y me encontró llorando en mi baño. Desde ahora somos muy buenos amigos y compartimos uno que otro café en la picantería de la esquina de mi casa. De vez en cuando nos escabullimos en mi dormitorio y nos amamos, por supuesto con él tomo todas las precauciones, todavía no estoy segura de querer tenerlo en mi vida del todo y no quiero un hijo suyo.

Hace tres años cumplí 38 y desde entonces, me someto a que me inserten un casi feto en mi vientre todos los meses, porque no he tenido mucha suerte con mis noches efímeras de miércoles, ninguno ha tenido la dicha de que lo vuelva a recordar por dejarme embarazada.

Lucía dice que debo parar, no solo porque no podría amar a ninguno de esos incautos que me sobornan con una linda vida cada jueves, sino porque he dejado de sentir de verdad, solo quiero un bebé, he perdido las ganas de amar, me dice Marco…

El centro de adopción queda a ocho horas en auto desde el pequeño pueblito donde resido. Así que, cada mes, tomo mi auto y manejo sin parar. Voy a la oficina de la trabajadora social para que audite mi carpeta para saber si he logrado cumplir los requisitos para ser apta, por supuesto necesito un esposo, porque jamás creerían que una madre sola pueda criar a un ser humano decente, soy la última de la lista seguramente.

El día de hoy, la doctora ha insistido que vaya al consultorio, entré con el chocolate que siempre le regalo por la paciencia que ha tenido estos tres años conmigo. Vi en su cara desconsuelo y malas noticias. Empezó con la letanía de que debía seguir con el proceso de adopción y que lamentablemente el último examen dio como resultado tres óvulos que residen en mi cuerpo y eso sería todo, me quedaban tres meses para ser madre de manera natural, imposible del todo.

Me reuní con Marco y se lo conté, su cara era diferente, sabía que algo le molestaba y le dije directamente. Suéltalo, Marco, sin miedo, dime que es lo que te estás guardando. Finalmente abrió la boca, hubiera preferido que se largue y no se despida.

Resulta que viajaría el próximo mes a Francia con la raquítica de su exnovia. Finalmente, ella le ha perdonado que le haya sido infiel conmigo y se casarán allá, con todas las de ley, le di mi bendición y salí despavorida de la picantería.

Creo que tenía que haber ido al psicólogo, estas ideas suicidas que rondan en mi mente empezaron a despertar antes de que cada miércoles me coja a todo individuo de 30 o 40 años que pasaba por el bar de Lucía, pero no le di mucha importancia.

Ahora estoy aquí parada viendo al infinito en la terraza de mi departamento, el vino se derrama cada que mi mano tiembla.

Podré dar el salto, no lo sé, de lo único que estoy segura es que si no doy el paso, iré a buscar a Marco a Francia.

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