Pueblo Ladrillo

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Ángel Luna Autor

Comunicador La Disputa, Estudiante de Comunicación de la Universidad Politécnica Salesiana

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Aquella noche cuando las estrellas caían del cielo, se escuchó un terrible estruendo. Todas las personas del poblado sobresaltados salieron de sus casas tratando de descubrir qué clase de infortunio pudo haberlos sacado de su ensueño.

Al observar el cielo nocturno, miraron muchas luces como nunca se habían visto: eran cientos, miles, moviéndose de forma imprevista y antinatural. Impulsados por una atracción hipnótica los pobladores quedaron paralizados observando el espectáculo estelar.

De la nada, así como empezó, se terminó. El cielo nocturno regreso a su normal oscuridad dejando a las personas desconcertadas, preguntándose sobre el extraño acontecimiento que habían presenciado, hasta que de repente se presentó el pánico.

-¡Auxilio! iFuego! iFuego!

-¡El bosque se incendia!

Un enorme incendio se divisaba en el bosque al norte del pueblo, parecía incontrolable como un infierno que se acercaba a sus hogares. Algunas personas corrieron al bosque para intentar apagarlo, muchas murieron heridas, sofocadas o quemadas, pero después de varias horas y con la ayuda de una pequeña llovizna el fuego se extinguió.

Los sobrevivientes relataban como arriesgaron sus vidas para apagar el incendio, pero también hablaron de una forma extraña que se les aproximaba oculta entre las llamas y de cómo, cada vez que se acercaban a ella, sentían como si el fuego se enfriase.

Los meses pasaron y el pueblo estaba envuelto en una atmosfera de miedo e incertidumbre, sus habitantes se volvieron desconfiados y paranoicos unos con otros. Por las noches evitaban salir de sus casas, cerraban sus puertas y ventas e ignoraban todas las situaciones que ocurrían en el exterior.

Se escuchaban los rumores de que en lo más profundo de las ruinas del bosque habitaba la criatura responsable del incendio, un monstruo que se escondía durante el día, pero que en la noche salía del bosque a asesinar a todo animal que se encontrara y a pasearse por las afueras del pueblo.

Los rumores parecían ser cada vez más verídicos, las personas que entraban a lo quedaba del bosque se sentían observados y rodeados por un aire frío, encontraban señales de animales más que de cuervos que se habían tomado el lugar, incluso durante las noches se oían rugidos y lamentos fuera de las casas.

Debido al enorme miedo que sentían los habitantes, se levantaron enormes muros de piedra rodeando la ciudad como precaución, para evitar cualquier cosa que se encontrara allí afuera. El lugar fue nombrado Pueblo Ladrillo y lo que quedo del bosque se lo llamó Bosque Ceniza.

Generaciones pasaron y la historia del monstruo se convirtió en leyenda, una leyenda que las personas dejaron de creer, que aunque el pueblo fue olvidado los sucesos ocurridos hace tanto tiempo, los habitantes de Pueblo Ladrillo no salen durante la noche, como si un fantasma del pasado estuviera presente en aquel lugar.

Cierto día en que el pueblo se encontraba en una aparente calma, un grupo de niños jugaba al otro lado de las murallas, sin ningún tipo de preocupación.

-Oye la tiraste.

-Tienes que ir a buscarla ahora.

-Pero entró al bosque, no quiero ir allí, es feo y a veces los que van a buscar comida se pierden durante días.

-No me importa, solo vas a buscar mi pelota. Tienes que devolvérmela, no debió ir muy lejos.

El niño preocupado por alguna razón que no entendía entró al bosque para buscar la pelota. –Es cierto, no debe estar muy lejos- pensó -la encontraré y saldré-.

Pero el niño no aparecía, el resto de sus amigos se quedaron esperándolo. Mientras pasaba el tiempo más se preocupaban por su amigo, pero ninguno se atrevió a entrar en el bosque a buscarlo. Regresaron al pueblo a relatar lo ocurrido.

-Oigan niños, mi hijo salió con ustedes ¿Dónde está?

-Entró al bosque por la pelota, pero… no salió

La madre no lo podía creer, su hijo se encontraba perdido allá afuera en la oscuridad del bosque, el solo pensarlo la consternaba demasiado. Trató de buscar personas que quisieran ayudarla a encontrar a su hijo, sin embargo, nadie parecía querer hacerlo. Todos en el pueblo se preguntaban: ¿Cómo pudo haber desaparecido el niño?

Con el esparcimiento de la noticia, como si de revivir un recuerdo doloroso se tratase, un espacio olvidado en la memoria colectiva se había manifestado. La leyenda del monstruo antiguo renació en el recuerdo de los pobladores.

-El monstruo, el monstruo del bosque se lo llevó

-¡No puede ser! No se ha oído del monstruo en años, es solo una leyenda.

-Monstruo o no, algo le pasó a mi hijo, algo le ocurrió en el bosque, dijo la madre.

Los habitantes desconcertados no hacían más que mirar a la madre desconsolada y susurrar acerca de la criatura del bosque.

Entre la multitud se encontraba un hombre, Joseph Joe, un común mercader, que nunca tuvo relevancia alguna en los asuntos del lugar, pero se dice que siempre estuvo interesado en una mujer, una mujer que ahora se encontraba entre la angustia e incertidumbre, quizá esta fue la razón que lo llevo a decir algo impensado por otras personas.

-Yo encontraré a su hijo y si algún monstruo lo tiene, yo lo mataré

El impacto de la frase dejo al pueblo anonadado por el asombro.

-Que no, no puedo permitirlo sería peligroso, podría desparecer usted también. – replicó la madre.

-Eso es lo de menos ahora. Ya mismo anochecerá y será difícil buscar al niño sin romperse una pierna tratando de avanzar por el bosque en la oscuridad, mañana al amanecer partiré en su búsqueda.

El hombre, después de haber dicho eso, fue a su casa con la intención de prepararse para la búsqueda. La madre del muchacho no entendía lo que había pasado, un hombre que apenas conocía se había ofrecido a arriesgar su vida buscando al hijo de otra persona. No lo entendía, pero lo agradecía.

Al día siguiente muy temprano en la mañana, Joseph cargado una mochila y un cinturón se encontró con la madre del chico en lo alto de la muralla norte del pueblo.

-Sabe, la verdad se lo agradezco mucho, usted fue el único dispuesto a buscar a mi hijo. Ese niño es todo lo que tengo ahora.

-Tranquila, haré todo que esté a mi alcance para encontrarlo.

-Pero ¿Qué tal si se encuentra con ese monstruo del que todos hablan?

-Dudo que siquiera exista, pero, en caso de que este en algún lugar de ese bosque, espero no encontrármelo.

La madre dudaba de la convicción de este hombre, sin embargo, no tenía más opciones.

-Mi hijo, su nombre es Jonathan, esta es su fotografía, por favor tráigamelo devuelta.

-Lo haré…

Joseph guardó la fotografía en su mochila y minutos después partió hacia el bosque. El pueblo reunido desde lo alto de la muralla observaba como se adentraba cada vez más, hasta que se perdió en lo que quedaba del bosque.

Joseph se internaba cada vez más en las profundidades del frondoso bosque, se encontraba algo inquieto, pero alerta. Aun así, podía sentir como si algo lo observara, seguramente su propia paranoia.

Siguió el camino por más de una hora sin encontrar indicios del niño perdido. Por un momento interrumpió su búsqueda, el sonido del crujir de una hoja lo detuvo y al voltearse anunció:

-Sé que me has estado siguiendo desde que deje el pueblo, sal ahora o tendré que dispararte.

-No, no dispare, saldré.

Del arbusto salió un chico no mayor de 10 años, por un momento Joseph pensó que se trataba del chico que estaba buscando, pero no se parecía al niño de la fotografía que tenía guardada.

-¿Quién diablos eres tú? ¿Por qué me sigues? Porque pensaste que sería buena idea estar en el bosque donde otro niño como tú se perdió.

-Mi nombre es Martín señor, soy uno de los niños que jugaban con Jonathan cuando desapareció, yo fui que le dijo a su madre lo que sucedió.

-Ven aquí, vamos a regresar al pueblo.

-¿Qué? No, no puede, vine hasta aquí para ayudar a encontrarlo

-No debes estar aquí es peligroso, es un milagro que hayas llegado tan lejos. Ven, debemos volver.

Entre un breve quejido y con un tono molesto Martín respondió:

-No puedo volver, fui yo quien lo obligó a entrar, fue por mi culpa que se perdió, y también que ahora su madre este llorando. Debo encontrarlo.

-Sé que sientes culpa chico, pero no es razón para venir hasta aquí y tratar de matarte buscándolo. Si no quieres regresar, estarás aquí por tu cuenta, no quiero tener que lidiar por cada niño perdido en este maldito bosque.

El niño aceptó moviendo la cabeza y lo acompaño en su recorrido más de cerca. Mientras tanto, las horas seguían pasando y no encontraban nada más que matorrales y árboles secos. Mientras atardecía, se escuchaban unos graznidos en el cielo. Caminaron hasta encontrar una gran corteza de árbol caída.

-Está por anochecer, dormiremos aquí, intenta hacer una fogata con la madera seca de por allá, sacaré las provisiones.

-¿Aquí? Pero no deberíamos seguir buscando.

-No pienso caminar más por este bosque sin haber descansado antes, y mucho menos en la oscuridad, quien sabe que se oculta en este lugar.

Joseph saco unos pocos alimentos que guardaba en su mochila y los compartió con el niño.

-Señor, como sabe que estamos en la dirección correcta, ¿qué tal si nosotros también nos perdimos?

-Quizá lo estamos, no pretendo saber mucho de orientación, ni nada, pero mientras más hemos avanzado, más cuervos han ido apareciendo sobre los árboles. No quiero insinuar que algo le haya pasado a tu amigo, pero donde hay cuervos hay carne y allí es a donde nos dirigiremos.

-Tengo miedo, miedo de que nos perdamos y de que nunca salgamos, miedo del monstruo, nunca debí venir.

-Bueno, en eso tienes razón, no imaginaste en qué pensarían tus padres si te llegara a pasar algo, en que pasaría contigo en este lugar.

-¿Usted porque vino? ¿fue el único que se ofreció a buscarlo?

-Por un compromiso…

-¿Con quién?

-Conmigo mismo.

Durante la noche, Joseph estuvo intranquilo, no podía dormir mucho y cuando lo hacía soñaba, con una mujer siendo golpeada, humillada y abandonada. Desde su sueño lo veía todo, pero no podía hacer nada, la mujer gritaba y él solo observaba. Se sentía impotente ante la fuerza que golpeaba a la mujer, se sentía como un niño que no podía detener las injusticias.

Ahí fue cuando lo vio, una criatura gigante y horrible, pero a la vez tan familiar. Lo reconoció la criatura era su padre y la mujer golpeada era su madre. Joseph corrió del lugar, corrió y siguió corriendo hasta encontrarse con una sombra grotesca, con forma de algún animal que él no reconocía. La criatura lo miraba con unos enormes ojos amarillos y se le acercaba abriendo unas enormes fauces tan frías como el hielo, dispuestas a devorarlo.

En ese momento despertó sobresaltado, sudando y gritando, cuando de nuevo los vio. Los mismos ojos amarillos de su sueño se encontraban allí frente a él, rodeados por la penumbra de la noche.

-¡Estás ahí maldito! ¡Donde está el niño! ¡Donde está el niño!

Rápidamente saco su pistola y disparo hacia la oscuridad

Se escuchó un enorme chillido que lo aturdió por un momento, después los cuervos, cientos y cientos de graznidos resonaban en la oscuridad y aunque no los veía, sentía como las aves lo rasguñaban y picoteaban. Se echó al suelo e intento cubrirse con la corteza de un árbol, cuando se dio cuenta no estaba el otro niño, Martín no estaba.

-¡No! ¡No! ¡Le dije que regresara, se lo dije y no lo hizo! ¡Voy a matarte maldito infeliz ¡Voy a matarte!

Furioso se incorporó, dejó la corteza, fue corriendo hacia la oscuridad y con su arma disparó por todo el lugar, bala tras bala se perdía en la oscuridad y aunque ya no veía a los grandes ojos amarillos, sabía para donde iba, los chillidos de la bestia, el graznido de los cuervos y el olor a sangre entre los árboles se lo indicaba.

Siguió corriendo hasta sentir un calor que lo llamaba, una luz roja como de flama. Mientras se acercaba, escuchaba los mismos gritos que en sus sueños, cada vez la flama se hacía más brillante y para él cada vez más fría, tan fría como el hielo. La flama se expandía y el bosque ardía nuevamente.

Se acercó donde las llamas se esparcían y vio algo que no esperaba, una pelota rodante. Cuando la siguió noto que las llamas no lo tocaban. La pelota estaba fría, las llamas se abrían como invitándolo a entrar a un infierno, allí fue donde la pelota se detuvo, frente al cuerpo de un infante entre las llamas.

-¿Martín estas bien? Despierta

No era Martin, era el niño que había venido a buscar, pero era demasiado tarde para cuando lo encontró. Joseph se sentó entre las llamas, había fracasado en su misión, había fallado a la madre del ese niño, como le falló a su propia madre al no defenderla hace tantos años.

Entre el fuego, los ojos amarillos lo volvieron a encontrar, y él también los miró. Fue ahí cuando el fuego reveló otro cuerpo, el de Martín. Pero este cuerpo presentaba algo que el otro no poseía, una herida de bala en el cuello. Los chillidos y la sangre que lo condujeron hacia este lugar no eran del monstruo, ni los cuervos, sino de su acompañante, que fue asesinado por sus manos…

Joseph lloraba, estaba destrozado en su interior, entre aquel fuego helado, herido y ensangrentado, con lo que le quedaba de voluntad alzó su pistola por última vez y dispara.

El sol empieza a salir, el fuego se extingue, los cuervos callan y el cadáver de Joseph se encontraba en el suelo. Murió de un disparo en la cabeza…

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