FUGAZ ENCANTO

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Brillo, brillo, brillo, brillo, brillo, brillo

Para toda alma deshecha

“No espere el día del juicio final. Tiene lugar todos los días… En muchos casos, lo verdaderamente sobrehumano es continuar, simplemente continuar”

-Albert Camus

El tenue brillo del televisor encendido y su murmullo en la madrugada me separaba de los brazos de Morfeo. No era la primera noche en vela que anotaba en mi cuenta, sin embargo, lo que tenía que enfrentar al día siguiente precisaba la sobriedad de mis sentidos y la templanza de mi razón. El amargo “tic tac” marcaba el lento paso de las horas hasta que, por fin, el alba rozó el alféizar de mi ventana anunciándome la llegada del gran día. Era tiempo de regresar a clases. Empecé a acicalarme como mejor pude y preparé mis cosas; tomé mi vieja mochila y guardé en ella un cuaderno en el que solo plasmaría garabatos insulsos y signos incognoscibles; paranoia de un artista frustrado atrapado en la platea del tedio académico. Tachado esto de la lista, me dispuse a salir de mi reducto, no sin antes recibir un tierno beso de mi madre y su bendición.

Al arribar a la estación de la universidad mi ímpetu se desvaneció; la mochila me pasaba y cada paso en dirección hacia mi destino parecía ir en sentido contrario. Habiendo llegado al vetusto edificio, crucé un par de pasillos y subí los escalones hasta mi salón. Entonces la vi; una chica con peculiares lentes rojos absorta en sus quehaceres. Luego del corto vistazo, mi naturaleza taciturna me confinó a la soledad en medio del barullo. El vocerío de todos me confundía, pero, por una afortunada coincidencia, observé a lo lejos un par de rostros familiares a los que saludé con gesto amigable. Mientras bromeaba con ellos, aquella inquietante figura no me quitaba los ojos de encima. De pronto, la huida del aula nos fue propuesta a todos por la ausencia del maestro y acepté unirme a la muchedumbre para clamar por la libertad e instigar a los más timoratos.

Sin que yo lo notase, aquella chica algo desalineada se sentó frente a mí en medio de la rebelión y con total desenfado dijo:

-Si, ya vamos ¿no?

-Eh… si, vamos nomás -respondí torpemente-. El profe no ha de venir.

Al percatarse de mi extrañeza, me devolvió una cálida sonrisa antes de continuar con su inusitado cortejo.

– ¿Cómo te llamas? -inquirió.

-Soy Álvaro -dije en un intento de escamotear mi nerviosismo- ¿y tú?

-Mi nombre es Camila -enunció con un dejo de amabilidad y encanto.

Los segundos para gestar lo que sería un silencio incómodo empezaron a transcurrir y denodado exclamé:

-Mucho gusto Camila -mientras llevaba su pequeña mano hasta mis labios.

En ese instante, la pausa en el tiempo se deshizo y el estrépito de insurrección en el salón fue acallado por la sombra del profesor vista desde el umbral de la puerta. Raudo, regresé a mi lugar, no sin antes dejar abierta la posibilidad para un futuro encuentro. Al término de aquella jornada regresé a casa con una sonrisa en el rostro y la sensación del roce de su piel impregnada en mi mano. No había sido un primer día de clases tan malo después de todo. Pero lo que aquella tarde empezó como una dulce historia de dos amantes destinados a la eterna felicidad no tardó en deformarse.

Los primeros meses era el amor de su vida, lo mejor que podría haberle pasado nunca, tiempo después, me transformé en el “cáncer de su vida”, cuando furibunda y consumida por el odio así lo decía. Todo era tan confuso… Intentaba desesperadamente complacer sus insensatas demandas al punto de anularme y desaparecer por una causa perdida. Traté de excusar los insultos, chantajes y manipulaciones con la esperanza de que llegase el día en que el oleaje se llevara consigo toda muestra de maldad y desconsuelo. Pero no había un amor real que pudiera sobrevolar entre la protervia; lo único real era mi dolor. Y es que cada noche, después de largas llamadas henchidas de lágrimas, ruegos y lamentos, lo que seguía a la despedida de un inescrupuloso “te amo, ya estamos bien”, era una profunda sensación de infelicidad en mi roída alma.

La imagen de mi tierna Camila estaba enmarañada en algo espantoso. Apenas y la reconocía; sus ojos, antaño llenos de vida, de pupilas dilatadas y apacible caoba, ahora eran dos siniestros abismos que me conducían al averno. Lo que antes era una inocente sonrisa, de diáfanas perlas y bella femineidad, ahora no era más que una sórdida mueca que me aterraba. Pero la estulticia de mi necio corazón me hizo cómplice del delirio por dos años.

Hace unos meses fue mi cumpleaños. Un festejo algo problemático dada la pandemia. No solo era la fecha en que cumplía mis 22, también era una nueva oportunidad para mancillarme; para liberarme. Decidí no formar parte de un proyecto en el cual quería incluirme, razón suficiente para socavar lo poco que quedaba de mí. Había olvidado por completo que no era más que un fantoche al que se le ordenaba que hacer. “¿Cómo pude ser tan desconsiderado?”

-Eres un mediocre -dictaba por un mensaje de texto-. Ya no hay un mañana, todo se cancela. Ahí quedan tus regalos y tus mierdas. Me esforcé mucho, pero ¿con actitudes así? Me decepciona haber hecho lo que te hice por tu cumple. No quiero mediocres en mi vida. Tú me decepcionas ¿ya?

Leyendo la cruenta sentencia el llanto arreció y las súplicas de perdón empezaron a emerger.

-Camila, por favor -decía sollozando del otro extremo de la conversación-. No me trates mal, yo no soy así. No soy un mediocre. ¿Cómo me dices eso? -pregunté, esperando leer un “lo siento amor, por todo”.

Al cabo de unos minutos y habiéndose hastiado del macabro juego, lo que parecía ser una disculpa a sus abrasivos mensajes me fue arrojada.

-Te daré todo mi amor hasta que me quede sin fuerzas -decía con completo descaro-. No quiero esperar nada de ti, solo quiero amarte porque es mi decisión y mi forma de ser. Me gusta amar –concluyó, matando mi último deseo de continuar con aquel sinsentido. Un afortunado error de la maldad, sin duda.

Quisiera decir que mi tormento duró poco, que valió la pena. Para mi pesar, no es así. No hay noche en que no piense como pude ser tan ingenuo para caer en las artimañas de Narciso. No es una oda al victimismo, es la realidad. Por fortuna, en medio de la miseria y la incomprensión encontré la amistad de un espíritu bondadoso y roto, el amor de mi familia y el encuentro con mi sombra, una parte de mí a la que por años he evitado y a la que ahora abrazo con amor cada día de esta nueva existencia. Por fin puedo tener paz, una paz que nunca conocí.

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La Disputa                           

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