Apuesta por la democracia

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Magíster en Estudios Latinoamericanos mención Política y Cultura. Licenciado en Comunicación Social. Analista en temas de comunicación, política y elecciones. Articulista de los medios digitales: Revista Plan V, Ecuador Today, Revista Rupturas, Diario del Norte y La Línea de Fuego.

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Sociedad, sociedad

Dilapidar lo poco que queda de nuestro imperfecto régimen democrático –caracterizado por instituciones frágiles, tensiones de distinto tipo, procedimientos cuestionables y un Estado poco eficiente– a cambio de “glorificar” al autoritarismo como posible forma de gobierno y solución para estos y otros males, es llevar a modo de leitmotiv electoral el adecentamiento de la delincuencia y el crimen organizado en forma de partido político, cuya visión de “pueblo” –durante una década– ha sido la puesta en escena de una masa hambrienta de dádivas, sin autoestima e indolente ante la corrupción, que busca en el Estado la solución a todos sus problemas, aunque el precio a pagar sea la pérdida inconsciente de sus derechos y libertades individuales. A este tipo en particular de “pueblo” no le importa el latrocinio mientras existan “obras” (aunque están vengan con sobreprecio), “pan y circo”, y, por ende, tampoco el indulto con tufo a impunidad.

Hoy en día, esta masa reivindica su lealtad embebida en la ley de la oferta y la demanda clientelar que oscila entre el “desembolso” de dinero fácil (de procedencia sospechosa), las pruebas COVID (sin registro sanitario) y la incautación de más USD 1.000 millones de todos los ecuatorianos para pagar a los municipios. Promesas que en caso de cumplirse pondrían en peligro el sistema financiero del país. Pareciera entonces que, en medio de su verborrea “izquierdista”, el autoritarismo pretende derrumbar la última trinchera que ha evitado la venezualización del país: la dolarización. ¿Es esto lo que ofrecen sin decoro? ¿El reparto de la miseria? Una cosa es cierta, existe un apetito voraz por el dinero ajeno para despilfarrarlo sin contemplación en nombre del “buen manejo económico” y las promesas de campaña. Esto ya lo vivimos antes cuando metieron la mano en la Seguridad Social dejando de pagar el 40% del aporte del Estado a las pensiones jubilares y, posiblemente, esa misma historia se repita cuando el Banco Central se convierta en la nueva caja chica del gobierno.

Mientras asistimos a este potencial asesinato de la democracia y, consecuentemente, a la utopía de construir un Estado democrático, moderno y con una sociedad fortalecida. Algunos “puristas” miran con beneplácito la mortandad de lo poco que tenemos. Desde sus anquilosados ideologismos analizan los procesos electores y sus resultados –sobre todo el del pasado 7 de febrero– a partir de la perspectiva de un combate entre la izquierda y la derecha, sin percatarse que la disyuntiva por la cual atraviesa el país trasciende este pugilato.

Los problemas de la política, la democracia, el Estado y la sociedad en el Ecuador se enmarcan en el clivaje correísmo versus anti-correísmo, que no es otra cosa más que la pugna entre el autoritarismo y la democracia. Situación que rebasa los análisis sesudos escritos por los fantasmas de los siglos XVIII y XIX.

¿Cómo salir de este binarismo en sus múltiples facetas sin “ensuciarse”? Evitando que la democracia continúe su tropiezo con la misma piedra de hace una década y para ello se requiere reflexionar en que al momento, no existe nada más revolucionario que la defensa de los derechos y las libertades porque sin ellos, toda, absolutamente toda forma de manifestación popular será simplemente criminalizada. ¿Qué eso ya se vivió antes y puede ocurrir con cualquier gobierno? Es cierto. Tan cierto como el hecho de que los promotores de las expresiones en calle no logran recuperarse todavía del embate del autoritarismo, así como tampoco lo ha logrado la democracia en estos cuatro años de transición fallida. Para algunas personas, quizás esto no importe, ya que representa la legitimidad de su purismo ideológico. Pulcritud que se acuña en medio de su masoquismo hacia lo despótico.

La realidad sobrepasa cualquier lectura ideológica que apadrine la nulidad. Este 11 de abril el autoritarismo apuesta a ganar no solo un gobierno, sino su perpetuidad como forma civilizatoria, tal como ocurrió en Venezuela y cuyos resultados incluso los podemos observar ahora en nuestro país. Reivindicar la democracia este 11 de abril, no implica dejar de lado las diferencias ideológicas entre los actores políticos y sociales, mucho menos obviar las atrocidades cometidas por la violencia estatal. Reivindicar la democracia es reconocer y valorar nuestras distinciones, derechos y libertades en sus múltiples facetas.

El medio de comunicación no se responsabiliza por las opiniones dadas en este artículo.

La Disputa

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