Los duendes del bosque

Obra: Los duende del bosque, un cuento sobre el medio ambiente

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Naturalista, animalista y activista. Autor de mi propia historia. Soy un alma vieja que anuló el ego para evolucionar en un nuevo ser humano. Mi aporte a la sociedad está en la empatía, ser buena persona y ponerme a diario el uniforme de piel humana. El autoconocimiento y la sabiduría son una lucha constante.    

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En lo más profundo de un inmenso bosque encantado, en el corazón de la tierra, vivían diminutos seres conocidos como los Duendes del Bosque junto con otras criaturas fantásticas entre duendes, hadas y muchos seres encantados.

Un día se celebró una asamblea general en el bosque para proteger el medio ambiente y preservar el equilibrio ecológico. Al evento asistieron los duendes del bosque, hadas, elfos, así como criaturas de todas las formas y tamaños; reunidas para debatir cómo podrían proteger a la madre tierra de las amenazas humanas y de los embates de la naturaleza.

Los duendes del bosque eran los más notables, la asamblea acordó que ellos cumplirían funciones trascendentales para la supervivencia de la Tierra: Inka sería el líder; Achik evitaría el calentamiento global y la deforestación; Yareth y Ameyal mantendrían la pureza del agua y del aire; Alom defendería la flora y las especies animales; Itzé reciclaría los desechos; Rumi e Inti combatirían los desastres naturales y los incendios forestales; e Ikal cuidaría la selva y sembraría los cultivos.

Una mañana, antes de que los rayos del sol se filtren entre las espesas ramas, Inka con su piel del color de las hojas iba pintando con su varita verde destellos de colores en las flores y susurraba secretos a los riachuelos. Podía comunicarse con los animales y tenía una conexión especial con los robles ancianos que le contaban historias de sus batallas contra el hombre. Un buen día, Inka reunió al resto de duendes para grabar un mensaje en una gran piedra que decía:

Querida Naturaleza,

En este bosque encantado, los duendes queremos expresarte que observamos con asombro la danza de las hojas, la melodía del viento entre los árboles y la armonía de los arroyos que fluyen.

En cada rincón vemos tu fuerza y fragilidad. Nos duele ver cómo a veces el ser humano olvida su conexión contigo, causando heridas que tardan en cicatrizar. Prometemos defenderte y hacemos un llamado a todos los seres que habitan este maravilloso lugar a unirse en la preservación y cuidado de cada ser vivo. Juntos, animales, plantas, humanos y duendes, podemos coexistir en armonía. Todos somos parte de algo sagrado, por ello debemos atesorarte y apreciarte. Prometemos cuidar cada bosque, riachuelo y criatura que habita en ti. Que cada paso que demos sobre la tierra sea con respeto y gratitud.

Con amor y reverencia,

Los Duendes del Bosque.

Los duendes siempre estaban atentos a las alertas de su líder Inka. Alom llevaba un sombrero verde y puntiagudo, de ojos chispeantes, su piel pintaba el color de la hojarasca, y sus pies estaban cubiertos de musgo. Una vez, Alom escuchó un llanto lastimero proveniente de un arbusto. Al acercarse, descubrió a un grupo de conejitos asustados, maltratados por los humanos.

Con su varita, creó un hechizo que envolvió a los maltratadores en una densa niebla. Los conejitos quedaron a buen resguardo y le tejieron a Alom una capa con hilos de oro y hojas de plata en señal de agradecimiento.

Alom conocía desde las cascadas, el arroyo que serpenteaba entre los árboles hasta el claro donde las hadas danzaban bajo la luz de la luna; procurando que ningún leñador malintencionado se acercara a cortarlos. Era muy sabio y amado por todos en el bosque. Mientras correteaba por los prados, dejaba regalos sorpresa para sus amigos: pequeñas flores brillantes, hojas de oro y piedras brillantes que encontraba en sus exploraciones. Estos obsequios siempre llevaban una nota que decía: «Con amor, Alom».

Otro día, Alom descubrió que los codiciosos humanos planeaban talar los árboles para construir sus casas. Acudió a la aldea para recordarles la importancia de respetar la naturaleza; les contó historias sobre la magia del bosque y cómo cuidarlo traería prosperidad a sus vidas. Alom regresó a casa contento, y los demás duendes se sentían orgullosos de él.

En otro momento, Achik recibió una inquietud por parte de Inka a cerca del calentamiento global. Achik debía observar por qué este fenómeno estaba marchitando los árboles, secaba los riachuelos y la fauna perdía su hábitat; e ideó un plan. Cada noche, mientras los demás duendes dormían, salía sigilosamente a recoger rayos de luna en pequeños frascos encantados. Con sus habilidades, transformaba los destellos en energía limpia que liberaba para equilibrar los efectos del cambio climático. Gracias a su dedicación, el bosque reverdeció, y su historia se contaban entre las generaciones como recordatorio de la importancia del cuidado ambiental.

Al amanecer, Inka dispuso a Yareth y Ameyal la custodia de dos tesoros vitales: el agua y el aire. Yareth, con sus ojos como gotas de rocío, velaba por los arroyos cristalinos que se fluían entre las praderas. Yareth trabajaba porque el agua fluya limpia y pura; mientras Ameyal se deslizaba como el viento entre las hojas, resguardando el aire que soplaba a través del bosque. Si alguna vez algún ser malintencionado amenazaba con contaminar el agua o empañar el aire, Yareth y Ameyal se unían en una danza mágica, con movimientos ágiles y música suave, purificaban el entorno y restauraban el bosque. Sus corazones llenos de amor por la naturaleza hacían que el agua fluyera cristalina y el aire fuera puro; recordándonos que son recursos agotables que merecían ser protegidos.

Al llegar la aurora, Inka encomendó a Itzé que debía encargarse del reciclaje. Revolvía entre los desechos que los humanos dejaban en los linderos del bosque. Con su pequeña bolsa mágica, Itzé recolectaba botellas vacías, latas olvidadas y trozos de papel. Con su varita encantada, convertía botellas en lámparas brillantes, las latas en campanas resonantes, y el papel tomaba forma de mariposas multicolores. Los demás duendes miraban con asombro cómo Itzé convertía la basura en belleza. El río que antes estaba lleno de desechos ahora brillaba con la luz de las lámparas mágicas, y los árboles estaban decorados con polvos dorados. Itzé construyó un escondrijo donde los residuos humanos se transformaban en obras de arte radiantes; enseñando a sus amigos y hadas la importancia de reciclar y reutilizar.

El duende Rumi, de tamaño diminuto, pero de corazón tan grande como la montaña que se alzaba en el horizonte estaba a cargo de proteger el bosque de los caprichos de la naturaleza. Cada noche, Rumi recorría los campos con sus ojos centelleando como luciérnagas. Tenía el poder de calmar las tormentas furiosas y apaciguar los ríos desbordados. Los agradecidos aldeanos, dejaban ofrendas de miel y frutas frescas al pie de un antiguo roble, el santuario de Rumi. En épocas de sequía, invocaba a la lluvia para que dé de beber a los sedientos campos.

Era amigo de los árboles y de los vientos. Cuando la tierra temblaba, Rumi extendía sus brazos, abrazando los cimientos de las casas para que la calma regresara. Así, se ganó el cariño de la comunidad, y sus anécdotas se contaron de generación en generación, recordándonos que hasta el ser más pequeño puede luchar contra los desafíos más grandes.

Cada amanecer, Ikal labraba la tierra con su pequeño arado encantado. Plantaba semillas de todos los colores y tamaños, creando un mosaico de cultivos que bailaban al ritmo de la brisa. Mientras las plantas crecían, Ikal tarareaba música alegre que aceleraba el proceso de crecimiento. No contento con solo cultivar, también sembraba árboles. Con paciencia y cariño, introducía en el suelo fértil pequeñas plántulas que, con el tiempo, crecían hasta convertirse en majestuosos árboles. Los aldeanos admiraban su dedicación y pronto se unieron a su labor. Juntos crearon un paraíso de biodiversidad donde cada planta y árbol contaba su propia historia. Gracias a Ikal, el bosque encantado prosperaba y recordaba el cuidado constante de la naturaleza.

La piel del pequeño Inti brillaba como el oro. Su labor era custodiar el bosque de los incendios forestales. Con su magia ancestral, tejía hechizos protectores alrededor de los árboles alertando a los demás. En las noches estrelladas, cuando el viento divulgaba secretos a las hojas, Inti caminaba encendiendo pequeñas luces que guiaban a los animales a lugares seguros. Cuando los primeros destellos de humo aparecían en el horizonte, Inti extendía sus brazos, convocando a las aguas del arroyo a combatir el fuego. Los aldeanos, honraron a Inti como el guardián de la vida silvestre. Su alegría provenía de haber cumplido su deber. Inti continuó su eterna tarea, defendiendo el bosque de las llamas, como recordatorio de la importancia de la preservación ambiental.

Y así, los duendes del bosque y todas las aldeas vivieron felices, cuidando y protegiendo la madre Tierra. Con el tiempo, los seres humanos se concientizaron, replanteando su relación con el entorno natural y aprendiendo a vivir en armonía sin degradarlo; sin maltratar a los animales, ni talando los árboles. La moraleja del cuento es la demostración de trabajo en equipo y respeto de los duendes hacia la naturaleza; haciendo de la conservación ambiental una prioridad, para que las generaciones venideras tengan un futuro sostenible y garantice nuestra propia supervivencia en el planeta.

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