Elegía a la Amistad

Análisis sobre la amistad en la actual posmodernidad.

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Creyente, profesional, emprendedor y cafeinómano. Trabajo por ser empático, solidario y justo. Mi fin último: trascender.

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Fuente: Pixabay

Quizá nadie recuerde el primer amigo que hizo en su vida. Porque nadie, la primera vez que hizo su amigo, estuvo consciente de aquello. Todos recordamos el primer día de clases, aunque algunos ni siquiera aquello, cuando nuestros padres nos llevaron todos bien uniformaditos e impecables para empezar esta primera etapa de nuestra vida. Quizá muchos hicimos nuestros primeros amigos en la escuela, otros en sus casas, algunos otros quizá en las hoy extintas guarderías, o simplemente los amigos llegaron a casa, acompañados de los amigos de nuestros padres.

Están los compañeros de aula, están los compañeros de juego o de equipo, están los compañeros de academia, están los vecinos del barrio con los que se jugó de todo, desde deportes hasta jugar a ser papá y mamá. Están los amigos de tus amigos, los que han hecho más grande el círculo que al día de hoy, para muchos, faltará más de uno para armar un buen equipo de futbol.

Este, no es un artículo que elogie a la amistad, se trata más bien de una elegía, a aquello que cuando fuimos niños jamás pensamos que fenecería, porque ni siquiera teníamos conciencia de ello. Porque hoy en día, muchas de las promesas hechas, la mayoría quizás estén olvidadas en el chuchaqui del día después o en la próxima borrachera que no resultó del todo amigable.

El amor también distanció a muchos amigos, algunos por amores rivales y otros para amores filiales. Lo cierto es que, desde la niñez hasta llegar a la edad adulta, el circulo amistoso se ha ido haciendo más pequeño o, dicho de otra forma, el triángulo de la amistad, en la adultez se vuelve más puntiagudo.

Hoy, gracias a las redes sociales, tenemos un millar de amigos, muchos conocidos dentro de nuestros círculos cercanos, otros en cambio, a los que quisiéramos llegar. Lo cierto es que estamos rodeados de amigos: en la casa, en el trabajo, en la calle, y en las redes sociales. Sin embargo, cada vez se hace más difícil considerar a alguien como tal. No por el hecho de incrementar la cuota de amigos, sino por el fin utilitario que le hemos dado a estas relaciones sociales denominadas amistad.

No sé si a ustedes les pase, pero, últimamente es común escuchar a nuestros amigos y conocidos que cada vez se sienten más solos y que sus amigos se han esfumado. Añoramos los tiempos en que los amigos eran innumerables e incondicionales. Sí, es verdad. En la juventud por lo general, cultivamos ese tipo de amistades, porque fue un tiempo y un espacio circunstancial que estaba en función de las responsabilidades individuales que, pasados los años, se hicieron más grandes de acuerdo con los compromisos adquiridos y a las decisiones tomadas. Ahora hay menos tiempo para compartir con los amigos de la juventud o de la infancia. No es que el afecto haya disminuido, es que las circunstancias ahora no lo permiten del todo.

No hay que descartar que nuestra forma de pensar, de vivir e inclusive de trabajar, a muchos ha distanciado, también es cuestión de convicción personal y de falta de empatía por parte del otro. Si eres de izquierda o derecha, si crees o no en Dios, si apoyas o no los colectivos progresistas, o si eres vegano. Al final del día, será solo un adorno a tu vida, si no tenemos amigos a quien contar estas realidades personales.

Más allá de los distanciamientos que la naturaleza propia del ser humano genere en los amigos, siempre hay un resquicio que queda guardado para los verdaderos amigos y que se pone en común la próxima vez que nos veamos. A todos se nos reactivan las emociones cuando encontramos a los amigos. De hecho, recordar anécdotas que en la juventud ocurrieron es tan solo el inicio de un ritual jocoso que nos hace olvidarnos de los problemas.

Sergio del Molino dice que las relaciones de amistad no se las debe trabajar, porque ese trabajo, es sinónimo de sacrificio, y se convierte en oblación para agradar a alguien, y esto es deplorable porque la amistad tendría un fin utilitario individualista y egocéntrico. La amistad como el amor, se la disfruta. Tampoco se la cultiva, porque eso implica un trabajo que espera una retribución. El amor y la amistad, están ya ahí, puestos sobre la mesa. Los amigos son esa parte de la vida que la vuelve dulce y que ayuda a paliar su amargor. Esta concepción de amistad no es más que el resultado de un proceso largo de maduración en el que se anteponen los intereses colectivos de goce y disfrute antes que los individualistas utilitarios.

Marco Aurelio aprendió de su padre el celo por conservar a los amigos, sin mostrar nunca disgusto ni loco apasionamiento y, de su amigo Catulo el no dar poca importancia a la queja de un amigo, aunque ésta fuese infundada, sino más bien intentar consolidar la relación habitual. Con esto cabe decir que cultivar una amistad no está del todo mal como afirma Del Molino, sino más bien, propiciar todos los eventos necesarios para que la amistad nunca pierda su sazón, ni razón de ser. Hacer del ser humano un hombre feliz con sus amigos.

No es que tengamos menos amigos, es que tenemos menos intenciones de hacer buenos amigos, porque pensamos que somos los mejores amigos del mundo, cuando en realidad los otros son nuestros mejores amigos.

Fuente: Pixabay

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