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Reseña de la novela erótica Matter Amantísima de José Jara

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Imagen destacada Fernando Endara
Fernando Endara escritor de La Disputa

Antropólogo, comunicador social, lector empedernido, diablo de Píllaro. Realizó investigaciones en fiestas populares, teatro, literatura ecuatoriana, violencia de género y música andina. 

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Mater Christi.
Mater divinae gratiae.
Mater Ecclessiae.
Mater purissima.
Mater castissima.
Mater inviolata.
Mater intemerata.
Mater immaculata.
Mater amabilis.
Mater admirabilis.
Mater Creatoris.
Mater Salvatoris.

Mater Amantísima. Madre amantísima o madre amadísima.

Las letanías latinas inspiran esta obra obscena, finalista del segundo concurso de Literatura Erótica: La Sonrisa Vertical, 1979, publicada en la colección homónima por Tusquets Editores.

Podría parecer extraña e inusual a ojos de un neófito la relación entre la literatura erótica y la fe (costumbre, religión) católica. Lo cierto es que, los conventos, el clero, el dogma o las tradiciones católicas son una levadura de prolija calidad, para fermentar el erotismo.

El componente prohibido o trasgresor resulta uno de los elementos claves de la erótica que, no es la narración, exposición y descripción de actos sexuales; sino, la ruptura de un tabú a través de la Literatura. Es la imaginación al desnudo, despojada de toda ética y moral, corrompida, rebajada, perversa… Paradójicamente honesta, pasional, visceral. Es el deseo lúbrico de desbordar la pluma a través de aquello que está vedado por la moral y la ley. Es una poética de la lujuria que se potencia, no por la variedad de actos, sino por la profundidad del pecado.

¿Qué sucede cuando un niño se enfrenta a la muerte de su madre en pleno despertar sexual? Cuando el narrador de “Matter amantísima”, un inocente al borde de la adolescencia que no puede frenar sus salvajes y desconocidas pasiones, presencia el deceso, el velorio y el enterramiento de su amadísima madre; su mundo se viene abajo.

¿Cómo vive el duelo un huérfano arrebatado en amor intenso, cuando el recuerdo provoca a la par ternura y ardor? El dolor de la ausencia y la curiosidad colocan al narrador en situaciones abyectas que describe con ingenuidad y frenesí.

Mientras los lectores quedamos asombrados entre el morbo, la repulsión y el deleite. Desamparado, buscará el calor en la piel de su madre cadáver, palpará con atrevimiento indiscreto los montes, la venus, los labios, la corola, el zaguán. Insertará sus dedos, confuso, en cavidades podridas hasta dejar por dentro la figura de un santito -humilde testigo de los besos lúbricos de su madrecita y el sacerdote director de la institución educativa a la que acude-.

Mientras el narrador buscaba un sentido a sus exploraciones dactilares. La tía se apresuraba a llevarse los ajuares, zapatos y vestimentas de la difunda. Con lo que logró salvar (pues acudió raudo a esconder sus prendas favoritas), el niño vistió a su hermana, de sorprendente semejanza con su madre, la besó y la tocó; incluso ahí abajo, en donde ambos compartían sensaciones placenteras. Vistió con menajes y aditamentos a la mucama, quien agradecida y generosa -pero absolutamente triste- se desvistió sensual para consolar excitada (y consolarse las carnes ella misma) al pequeño doliente.

 El despiadado dolor fue contagiado de aquel descubrimiento: yacer desnudo con una mujer. También se vistió el mismo, coqueta trasvesti dulcísima y adolorida. Inquieto, sin dormir ni de día ni de noche, buscó en el camposanto la tumba de su madre. ¿Quiso repetir la caricia, el frotamiento, la introducción? ¿Buscaba el calor perdido en la humedad mortecina del nicho? ¿Extrañaba tanto a su madre que pensó que era la única salida? ¿Quería amar, a pesar de la muerte? Por fortuna, cayó desmayado, en el ambiente mefítico, antes de cometer el necrófago sacrílego incesto.

Con culpa, buscó el consejo en el director de su escuela, su verdadero padre y amigo genuino. Sin reproches, indicó la confesión, la expiación, el perdón. El padre confesor escuchó casi incrédulo, pero extrañamente complacido. Con precaución lo condujo al retrete para observar el miembro pecador, tomarlo entre sus manos, estrujarlo de arriba abajo, hasta que, confesor y confesado, quedaran liberados.

Con nuevos bríos, el clérigo intentó consumar como en Sodoma, ocasionando traumas y sangrados al niño que, temeroso y enloquecido, huyó impreciso a los brazos de ¿su padre? Al escapar del prelado se encontró a su padre discutiendo con el director del colegio ¿Quién será su padre biológico? Para sanear sus recelos, el padre -no el sacerdote- decidió enviar al crío de viaje de exploración por Europa.

La preparación del viaje no estuvo exenta de contratiempos. Se encontró, casi sin querer con la peripecia del escarnio sadomasoquista. Cuando, desde una de las ventanas del apartamento de inscripción al viaje, observó el castigo recibido por una ofensora: rasurada en público, obligada a beber aceite de ricino para que se orine y se cague encima. La pobre escapó humillada para llorar escondida, apartada del grupo. El narrador, junto a dos compinches, la encontraron avergonzada, asquerosa, rodeada de heces fecales. Sus siniestros acompañantes disfrutaron al lamer, coprófagos el excremento.

El chaval escapó, aún con culpa, aún herido, aún corrupto, aún pecador, aún sin madre, aún curioso, aún excitado. Sin rumbo, extraño en su hogar, se encontró con Adela, candorosa y dulce niña de su edad. Caminaron juntos, el taciturno, ella coqueta, el hediondo, ella fragante, el calcinado, ella llama piadosa, el nefando, ella tiernísima. Al verla, trepada en el columpio, con el vestido revoloteado al viento, sin braguitas, entendió que, en la sensualidad como en todo, caminando despacio se llega más lejos. Y fue en ella, en Adela, en quién encontró algo parecido a su madre. No la voluptuosidad, o quizá un poco, pero opacada por el amor, que siempre será más fuerte que el deseo salvaje. ¿Qué dicen ustedes? ¿Amor y deseo? ¿Amor o deseo?

  Cuando pensamos que la cima del erotismo y la transgresión la habían alcanzado los Sade, los Bataille, los Sacher-Masoch o los Miller, surgió la figura enorme de Luis García Berlanga -apóstol del deseo- que, junto con Tusquets editores, apostó por el premio y la colección de Literatura erótica: “La Sonrisa Vertical”.

Durante 25 años, esta colección propició la difusión del erotismo literario en España e Hispanoamérica, hasta que en 2004 se canceló el concurso, debido a la baja calidad de los textos participantes de las últimas ediciones. Se ha editado dos versiones de la colección: la primera, en la década de los 80, con pasta gruesa en color negro y rosado; y, una segunda edición, con pastas rosadas con letras blancas.

En estos volúmenes encontramos estas joyas casi prohibidas, que nos recuerdan lo potente y hermosa que es la Literatura, único camino de la libertad. Que la creatividad literaria y sexual nos libre del aburrimiento cotidiano, del absurdo del trabajo, de la opresión de las leyes, de la corrupción de la clase política, del genitalista que reduce la sexualidad o el placer al coito.

José Jara, de quién no se conocen más obras -por lo que se podría inferir que es algún seudónimo-, convocó a los dioses del sexo y la Literatura para mostrarnos un intersticio: un orgasmo, un absoluto orgasmo textual. Acerquémonos a la Sonrisa Vertical con cautela, no vaya a ser que la opinión pública nos coloque en el mismo saco a pervertidos y erotómanos.

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