“El Diablo una vez dijo, el mundo piensa que el secreto de la felicidad es encontrar a dios, se equivocan por que el secreto de la felicidad es encontrarme a mi dentro de ti, yo estoy en tu miedo, inseguridades, celos, el día que me encuentres dentro de ti y me superes no tendré donde esconderme y ese día serás una luz.”
Friedrich Miescher
Un joven aventurero decidió un día luchar por lo que anhelaba: dinero, mujeres, y alguno que otro vicio en lo que varía su vida. Tal vez la compare con la vida de un bohemio o de un aventurero, o de una persona que ama el licor. Él compaña sus anécdotas, componiendo una melodía con su fiel amiga: la guitarra.
Han transcurrido dos meses desde que decidió tomar dirección de su vida. Salir del hogar, de los brazos de aquella mujer fuerte y valiente, que es su mamá. Tomar riendas de su propósito de lo que ha propiciado: trabajar, obtener dinero y vivir placenteramente, libre como un pájaro que vuela por los cielos con una felicidad inexplicable, conociendo cada rincón del mundo…
Decidió a qué lugar mudarse, recogió su mochila con apenas dos prendas, a lado su apreciada guitarra. Llega la media noche y el joven está listo para salir de su casa. Sale y camina por la avenida “38”, alzando la mano pidiendo un aventón. Siendo las dos de la madrugada, camina sin cesar y lo único que ha pescado es un resfrío.
El jovenzuelo con los ánimos hasta las nubes –por así decirlo-, toma un descanso en la parada de autobuses, saca su guitarra y compone una melodía que se avanza a escuchar a pocas cuadras de un burdel. Hombres y mujeres estaban encantados por aquel sonido que provenía fuera de aquel lugar.
Una mujer guapa, esbelta, deseada por todos los hombres, lo alcanza a ver y le pregunta
– ¡Hey muchacho! ¿Cuál es tu nombre?
Él muy nervioso le responde Sebastián y ¿Usted? Ella sin titubear contesta:
-En este lugar soy conocida como la “Flor”, pero mi nombre es Esperanza ¿Quieres pasar y tomarte un trago y pasar el rato conmigo?
Él aceptó sin pensarlo. Estando en el burdel, se sentó en una banqueta y platicó con aquella hermosa mujer. Cruzaron varias palabras, él le comentó que está en busca de su destino, un propósito por el cual vivir y ser feliz, ella le preguntó ¿Quieres pasar a mi dormitorio?
Luego de 45 minutos, Sebastián tan fascinado de estar con aquella mujer – no lo podía creer-, por supuesto, antes de marcharse le compone un verso con su guitarra:
Usted dama mía, tan esplendorosa y radiante que me intimida y al verla se me para el corazón.
Al salir se despide, espero verte la próxima vez le dice…
Retomando su camino por la avenida “38”, falta poco para que amanezca, a lo lejos mira el alba. Toma un descanso en un mirador, el sol aparece, tiene una vista muy hermosa, una panorámica increíble. Se cuestiona sobre ver toda esta belleza desde afuera en su casa o estar enjaulado por lo común, por lo cotidiano, perdiendo la oportunidad de ver esa obra de arte que es la naturaleza.
Escucha un crujido en su estómago, se apresura a llegar un pequeño pueblito llamado “El Ciego”. En aquel lugar existe lo cotidiano, lo añejo, donde la tecnología no existe. Las personas del pueblo lo miran asombradas al muchacho harapiento, sucio con un hedor fuerte. Todos le cierran las puertas.
Parado en medio del parque con su guitarra comienza a entonar un tema, al escucharlo hacen deleitar sus tímpanos, todos se fascinan con su voz. Unos le dan dinero, otros comida, otros prendas de vestir, es el premio por escuchar por primera vez aquella melodía.
Así se aprovechó de la bondad de las personas por algún tiempo. Cierta madrugada se encontró con un viejo amigo, ¡Hey Sebastián! Te está yendo muy bien al vivir a cosillas de los otros – aún me debes algo que me corresponde.
Sebastián sale despavorido de aquel lugar. Sin que nadie lo note se va y sigue su camino como un errante.
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