Más monumentos menos derechos Más monumentos menos derechos Más monumentos menos derechos
Este 8 de marzo, como cada año, marchamos por las calles de la capital, nos convocamos en un par de sitios, nos juntamos a tiempo y mientras la Batuka Batumbá preparaba sus tambores, nosotras alistábamos la garganta para gritar cada consigna desde el corazón.
La convocatoria se ha extendido por varias provincias como Cuenca, Guayas, Loja, Ambato o Riobamba. Somos parte de una lucha que se gestó en las calles, un encuentro de alegría, que, desde la lucha feminista, se ha convertido en el espacio ideal para decirle basta al sistema patriarcal que mantiene reprimidas a muchas de nuestras compañeras y amigas.
En las marchas, lo más impresionante, es el poder que se siente en cada grito, en cada salto. Somos tantas, que las calles quedan cortas, tantas, que la gente nos deja el camino libre para sacar toda esa rabia contenida por nuestras muertas, por la violencia, por la desigualdad, por la injusticia social.
Y no somos simples carteles, cada palabra plasmada en ellos le da sentido a nuestra indignación, es un símbolo de la lucha que nos mantiene firmes. Siempre lo he dicho, si no puede decirlo, escríbalo.
Mientras avanzábamos, la marcha se hizo más ruidosa, incluso con mascarillas, nuestras voces retumbaron desde el parque El Arbolito hasta el infinito; así, unidas y sin miedo, ni siquiera las mallas colocadas en las angostas vías del centro de Quito, limitaron nuestra presencia.
La policía cerró el paso para llegar a la Plaza Grande, un lugar que es de acceso público, cuando quisimos pasar, se desató lo inevitable. Arremetieron con violencia a quienes éramos parte de una marcha pacífica, lanzaron bombas lacrimógenas, chorros de agua a presión y la caballería… Innecesario y excesivo.
Y ni así, lograron que retrocediéramos, “suban” gritaban las compañeras al frente de la marcha, íbamos dispuestas a tomarnos esas calles que nos pertenecen, en las que muchas de nosotras crecimos.
Aun así, nos tachan de violentas, había niñas en la marcha ¿ellas son violentas? Y nuestras compañeras periodistas en primera línea ¿también son violentas? Ni ellas, ni ninguna otra, merecía ser reprimida de esa manera.
Nosotras exigimos igualdad en todos los ámbitos, no somos violentas, estamos decididas a terminar con su impresentable manera de responder a nuestras exigencias, respondemos a un sistema que limita nuestras opciones, mientras defiende monumentos, en lugar de nuestras vidas.
Moda o reflexión
Que las marchas no llevan a nada, que vayamos a cocinar nos dicen, olvidaron que en 2021 hubo 178 femicidios; y, que hasta la fecha se registran 50 en el país, que otra vez una niña parió al hijo de su violador. Que las estudiantes universitarias no quieren regresar a las aulas, porque sus agresores tristemente siguen impartiendo cátedra.
Cuántas veces la policía recibió llamadas de auxilio que nunca fueron atendidas. Cuántas sobrevivientes han sido revictimizadas, mientras cuentan una y otra vez lo qué les pasó.
Muchos justifican las acciones de un Estado misógino, que tiembla solo de pensar que somos cientos y miles de mujeres exigiendo derechos, que estamos cansadas de las migajas, que su sistema patriarcal se va a caer o más bien, lo vamos a botar.
No es menos triste que, el Municipio de Quito publicara un detalle de los gastos derivados por los daños a bienes públicos, me pregunto, ¿Cuántos planes de prevención de violencia lidera?, ¿A cuántas mujeres sobrevivientes de violencia brindan apoyo?; o, ¿A cuántos wawas -hijos de víctimas de femicidio- atienden? Esperaría que existan respuestas adecuadas, pero seguramente me equivoco.
En mi absurda lógica, los bienes valen menos que una vida ¿verdad? Entonces, ¿por qué molestarse tanto por proteger cosas inmóviles, que no gritan, ni sienten?
Nosotras gritamos, alzamos la voz por las compañeras que ya no están, por la falta de respuestas del Estado, por la violencia que vivimos. Nosotras gritamos si nos golpean, gritamos si nos violan, gritamos si nos matan.
De qué otra manera les decimos que nuestras vidas valen, que nuestros proyectos de vida importan, que nuestros cuerpos son más valiosos que cualquier monumento de la ciudad, no vamos a permitir que le pongan precio a nuestra dignidad, que etiqueten nuestras luchas a su conveniencia y que las asuman como propias, cuando ni siquiera comprenden su significado.
Desde hoy, la lucha en las calles es por un rotundo NO a sus prácticas indiferentes a la realidad, a su represión desmedida, a su falta de empatía con las víctimas, a su diminuta capacidad de percibirnos como iguales, incluso cuando representamos más de la mitad de la población mundial, seguimos limitadas a vivir a la sombra.
Avanzamos juntas y fuertes por nuestra dignidad. Calladas, ¡Nunca más!
Nota aclaratoria: este artículo no promueve un lenguaje sexista y está de acuerdo con el uso del lenguaje inclusivo. Pero no utiliza los pronombres el/la los/las o les, para evitar posibles confusiones.
El medio de comunicación no se responsabiliza por las opiniones dadas en este artículo.
Visita nuestras redes sociales: