Y a todo esto, ¿de qué va la vida?

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Creyente, profesional, emprendedor y cafeinómano. Trabajo por ser empático, solidario y justo. Mi fin último: trascender.

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Redes sociales y mundo digital

Ilustración de Steve Pseno en representación a la adicción a las redes sociales y cómo enceguecen al usuario.

Vivimos cada vez más ajetreados, cansados emocionalmente por las nimiedades del agobiante mundo digital, esperamos con ansia el posteo en redes sociales de tu persona o cosa favorita. Nuestras vidas son cada vez más abstractas, desapegadas de la realidad y los hechos que tenemos en frente. Acelerando cada vez nuestros ritmos cardiacos a mil.

La seguridad que nos proporciona hoy el mundo moderno, nos ha conducido a un estado de alienación constante con lo palpable, con lo seguro y lo certero. Competimos en atención con los nuestros por likes, comentarios o shares, ridiculizando de hecho hasta la propia dignidad por seguir patrones de conducta, que exponen nuestras vidas más de la cuenta.

La situación es paradójica, lo que nos proporciona seguridad nos genera descontrol. Sentimos seguridad, sabiendo al instante lo que ocurre en la esfera global, y este mismo estado es incontrolable por la velocidad vertiginosa en que se mueve; es un circulo tortuoso que se ríe de nosotros por tenernos cabizbajos haciendo reverencia al fascinante régimen. Realmente estamos contribuyendo a la mercantilización de las cosas, los afectos, la vida y la dignidad humana.

Realmente nos urge una nueva relación con la inseguridad esencial de la vida, aquella que nos conduce directamente al fin de la misma. Ante esto, ¿cómo controlar los frenéticos impulsos por captar la atención del mundo? Si la vida se te va en un soplo, al menos el coronavirus nos dio cátedra de esto. Son muestras claras que estamos viviendo una crisis de atención, pero no de lo que se relaciona con la concentración o el enfoque que le damos a las cosas, sino de atención a lo que ocurre a nuestro alrededor amplia y abiertamente; esta crisis que se traduce en sensibilidad, hemos cerrado el oído a lo que nos llama. La naturaleza nos llama, las personas nos llaman, el prójimo nos llama, las campanas nos llaman, la justicia nos llama, la música nos llama, el arte nos llama, hay un grito desesperado del amor que nos llama.

Este llamado hace eco en nuestra existencia, y como tal se repite incesantemente por captar nuestra atención y fascinarnos con la belleza de la vida; las cosas verdaderamente valiosas no se pueden mercantilizar. La clave está en disminuir la cuantificación que hemos hecho de la vida, reflejada en la materialidad que da el poder con el dinero y en el tener con los bienes materiales, para incrementar o darle cabida a la cualificación de la existencia que implica ir más allá de lo que erróneamente habíamos pensado nos hacía felices.

Esta disminución nos acercará sin lugar a dudas a la verdadera y buena vida, clave para la felicidad. La idea central es materializar el amor y evaporizar la materialidad, en la que se esfume todo aquello que nos aleja de lo realmente importante, las relaciones con el mundo, con el Otro.

Estas relaciones tienen tres dimensiones, que las mencionaré en orden prioritario según mi experiencia, cada quien las pondrá en el orden que considere prudente: la primera es la dimensión existencial o espiritual: aquella que te conecta con lo trascendente, con el universo, con la naturaleza, con Dios. La segunda dimensión hace referencia a lo social, palpada en las relaciones del amor y la amistad con el prójimo, y tu capacidad de empatizar  con el otro. Y la tercera es aquella que define el autoconocimiento, para escuchar y dar respuesta a nosotros mismos a través de los llamados que sentimos del exterior.

El eco que sentimos a estos llamamientos hace resonancia en nosotros, porque son hechos y acontecimientos que no podemos controlar y que muchas veces no entendemos por completo, pero que nos interpelan para dar una respuesta. Es más o menos cuando escuchamos muchísimas veces una canción que nos gusta, si bien evoca a una experiencia pasada o presente, pero nos está dando la respuesta que queremos escuchar. O como cuando leemos un libro con insistencia, es porque estamos convencidos de que nos habla de muchas formas, muchas veces impredecibles.

De esto se trata la permanencia del hombre en este mundo, que va más allá de todo esfuerzo humano vano por querer añadirle un centímetro a la medida de su vida, de escuchar el eco que está fuera de nuestro alcance, compresión y control. Nos dejaremos de alinear cuando envés de comprender y controlar nos dediquemos a vivir, pero vivir a plenitud.

Ilustración en representación del amor

El medio de comunicación no se responsabiliza por las opiniones dadas en este artículo.

La Disputa

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