Directora del medio de comunicación La Disputa, Gestora de proyectos de tecnología y de comunicación, Magister en Comunicación de la Universidad Andina Simón Bolívar, investigadora en el ámbito de la Comunicación y Educación. Escritora de narrativa y poesía por afición.
Encuentro Encuentro Encuentro Encuentro Encuentro Encuentro Encuentro
Sentada en la biblioteca, paseaba mis ojos por esas hojas finas del libro de Filosofía, había salido de la casa con el firme propósito de terminar un ensayo pospuesto. Él entró en la sala, traía su cabello mojado y alborotado, sus labios gruesos entreabiertos que adornaban su rostro claro, sus cejas negras, pulcras, llenas de asombro.
Sus ojos ciruelas fulminantes buscaban un puesto libre para sentarse, llevaba simplemente un lápiz y un cuaderno en la mano. No lo había visto desde hace diez años, cuando dejé la casa de mi abuela y lo dejé a él que lo había ofrecido todo, pero para mí no era suficiente. Nos despedimos con un besó aquel día y nunca lo volví a ver, yo decidí estudiar la universidad en la capital, él decidió quedarse para trabajar en la panadería de su familia, lejos de un futuro convergente. Viajé por ocho horas que duró el trayecto en los brazos de su mejor amigo que también entraba a la universidad, dejando atrás mi pasado y el pueblo que me acogió en mi niñez y una adolescencia a su lado.
Preguntándome del porqué se encontraba en esa biblioteca, lo miré por mucho tiempo. Se sentó en una mesa frente a mí, al notar que lo miraba, sus mejillas enrojecieron y me saludó con la mano. Respondí de inmediato, quiso acercarse, para que no lo haga, me puse audífonos y seguí con mi lectura, a pesar de que mi corazón se movía como un gato que va a tomar un baño…
Al cabo de una hora que me pareció eterna, se levantó y vino directamente hacia mí con una hoja en la mano. Sentía que mi cabeza hervía, de repente dejó la hoja en la mesa y se marchó de la biblioteca. La hoja tenía dibujado mi rostro con la mirada perdida en un libro, la dirección de un lugar y un texto que decía “Te espero ahí en una hora”, supe de inmediato que nunca dejó de dibujar.
Tomé mis cosas y luego de tantas interrogantes, decidí ir. Cuando llegué a la dirección, se encontraba en la puerta de aquella casa roja, esperando expectante y guapo, su manera de vestir no había cambiado en absoluto, llevaba un buzo con capucha color azul marino, jeans y zapatillas de montaña, abrió la puerta y dejó que entre yo primera.
Él a mis espaldas, me abrazó de la cintura con esos brazos fuertes que en un pasado me habían acogido para bailar en mis juventudes, el corazón brincaba con prisa y mi entrepierna palpitaba. Esos labios se encogían en mi cuello, rodando y rondando en un abismo infinito. Violentamente di la vuelta y me encontré con su rostro, era el mismo que había abandonado y extrañaba tanto, mordí su labio inferior suavemente, mientras mi mano se deslizaba frenéticamente en él y la otra tomaba su rostro carrasposo por esas barbas de pocos días.
Me tomó de la mano y me llevó a la recámara, yo me senté en la cama, él se acercó a mí y prontamente se sacó el buzo, su cuerpo no había cambiado en nada: su espalda ancha, un abdomen sin perfecciones y sus brazos sin tantos músculos y sus manos… esas manos largas y suaves desabrochaban mi blusa, mientras yo zafaba su correa y el único botón de su pantalón. Cuando me sacó la blusa, se apartó un momento de mí y me miraba agitado, me levanté y lo encaminé hacia su cama.
Cuando estuvo encima de mí, sus labios caían en mi pecho, en mi vientre y se encaminaban al espacio de mi máxima intimidad, yo por supuesto, acariciaba su cabello encrespado, extasiada de su hedor, cerraba los ojos y entreabría mi boca por el disfrute…
Tomé su rostro y lo subí para mirarnos cara a cara y besé su mejilla, seguí besándolo hasta llegar a su boca, su lengua áspera se movía con la mía en conjunto con sus dedos que encajaban perfectamente en mi interior, todo era muy armónico y triunfal. Su otra mano profanaba mis pechos, ellos totalmente a la expectativa se endurecían al igual que lo hacía su íntimo miembro, mientras yo lo acariciaba.
De pronto tomó mis caderas, cuando estuvo dentro de mí; en completo frenesí, entraba y salía, con esa costumbre y cotidianidad que lo hacía hace diez años, su aliento embriagaba mi espacio y mi tiempo. Aquella danza interminable, perpetuaba la grandeza de su esencia y me partía el cuerpo, yo solo disfrutaba y jadeaba, mi entrepierna se erizaba cada vez más…
En poco tiempo, se escucharon dos gimoteos paralelos, los dos mojándolo todo, nos dejamos caer sin fuerza y embriagados, estuvimos durante mucho tiempo en silencio, me dio un beso y yo me levanté de la cama… Pronto, el teléfono que estaba dentro de mi cartera sonó, contesté, era mi esposo, su mejor amigo de juventud, con quién me casé hace ocho años…