Hablar de derechos laborales aleja tus seguidores y empobrece tu outfit: Psicopolítica del buen emprendedor detrás de la consulta

Análisis crítico sobre el trabajo por horas y la Consulta Popular 2024, desde una mirada contestataria

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Karlos Lema Autor

Activista sindical y pro masculinidades antipatriarcales. Sociólogo de la Universidad Central del Ecuador.

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La ética del buen emprendedor

¿La dictadura del mostrarse realizado puede hacer que Ecuador vuelva a la esclavitud del trabajo por horas? ¿Podemos empezar a hablar de un neoliberalismo autoritario, caracterizándolo como el sueño de las élites de tener un precariado atemorizado que detesta los derechos laborales? ¿Una mediatización maximizadora del terror, tanto en los grandes medios como en los digitales, sería útil y suficiente para que la población mayoritaria decidiera contra su propio bienestar material y subjetivo?

Desde el 2012,  con la implementación del examen de ingreso universitario, y en  2015, con la caída del precio de los combustibles y las materias primas en el mercado internacional, se puede observar y rastrear cómo se acentúa en las cifras un progresivo y sostenido deterioro multidimensional en las condiciones objetivas y subjetivas de vida de la mayoría de la población, acompañada de la instalación de imaginarios y una determinada ética social para legitimar cada medida de ajuste social, hasta llegar a la actual situación de crisis social.

Desde allí podemos identificar los primeros ensayos de la reciente apuesta neoliberal autoritaria, de introducir una ética social que tiene como protagonista al buen emprendedor, como aquel que cultiva un carácter de menosprecio a los derechos o cualquier cosa que huela a ellos. Siguiendo a Rita Segato, decimos que su presencia en sí exhibe su marca, un gesto discursivo, como violencia expresiva, frente a otros que también entienden el lenguaje en tanto audiencia receptora de la exhibición del alarde e impunidad de poder, dentro de una estructura simbólica profunda. Su presencia es seductora, moralizadora y a la vez violenta con quienes hablen o huelen a algo relacionado a derechos. Y en este sentido, el emprendedor neoliberal es un peón moralizador del modelo neoliberal autoritario, que se intenta implantar.

“El violador es moralizador, tengan cuidado de las auto proclamadas personas de bien”, enfatiza Segato. Y está estructura funcional jerárquica es análoga a la cofradía corporativa del orden criminal, así como del emprendimiento neoliberal, y un sin número de espacios de sociabilidad, incluso la podemos identificar en la izquierda vanguardista. La primera víctima objetivo de la apuesta neoliberal autoritaria es el eslabón más débil, por eso la guerra psicológica de la dictadura de la positividad tóxica está dirigida sobre todo al precarizado joven, que tiene más interacciones con un dispositivo que con un vínculo humano. Por eso, no es adecuado querer moralizar a un sujeto moralizador. La cantidad de enfermedades de salud mental relacionadas a la sobre-exigencia y falta de sentido en nuestras labores está relacionada a la diferencia entre quienes realmente tienen condiciones de clase media y quienes así se perciben. Hoy la rebelión atraviesa necesariamente por comprendernos. “No se trata de analizar al individuo, sino a la sociedad, ni de analizar el momento, sino la historia”, plantea el líder de la revolución en Kurdistán, Abdullah Öcalan.

La moralización del poder soberano de las élites no se expresa más mediante una disciplina a la cual se debe cumplir sino en la demostración consigo mismo de estar seducido por una estética de la productividad. Ante la más leve sospecha, en ti mismo, por ejemplo, de que te importan o siquiera interesa algo sobre derechos laborales, caerá la prestigiosa autopercepción de ser alguien comprometido con la productividad y el rendimiento. Una muestra contundente de que no proyectarás una imagen futura de ti como alguien merecedor de ser tu propio esclavizador.

Por eso, es incompleta la comprensión de los cientos de miles de jóvenes que no pueden ingresar a las universidades sin su correlato en la presencia seductora, violenta y a la vez moralizante del sujeto meritocrático y buen emprendedor que sí ingresó a la universidad. Es importante tanto los resultados cuantificables de una política como la ética social subyacente que hacen posible que se movilice y ejerza.

Los grupos económicos de poder no solo no se han visto afectados, incluso han aprovechado la “oportunidad histórica” de la pandemia para acelerar la implementación de medidas que los consoliden como élites. A medida que los ingresos del Estado se han ido reduciendo, las medidas de ajuste neoliberal que se han impuesto son más drásticas y las campañas político-culturales más intensas que, en conjunto, buscan naturalizar las inequidades y fragmentar los vínculos comunitarios en los tejidos sociales, independientemente del tinte político del gobierno de turno.

La estrategia cultural de las élites.

La estrategia cultural con la que los gobiernos y las élites han tratado de dividir a la sociedad en lo comunicacional consiste en construir dos sujetos diferenciados y en conflicto dentro de la clase trabajadora: los que tienen relación laboral de dependencia versus quienes no la tienen. Buscan que los primeros estén solamente concentrados en la urgencia de proteger los pocos derechos adquiridos y los segundos en obtener cualquier ingreso sin importar si esto implica la regresión de derechos, mientras el 1% más rico pasó de capturar el 12,6% de la riqueza nacional en el 2019 al 18% en post pandemia.

El sueño de las élites es que los de abajo sigan peleándose desesperadamente por migajas, mientras los de arriba se quedan con todo el pastel. Sin embargo, algunas organizaciones se encuentran levantando un proceso que permitará crear una alternativa frente a la lógica divisionista que desde las élites se ha buscado siempre imponer. Por ejemplo, dentro de las organizaciones sindicales, cada vez hay más sectores que miran como horizonte a la sindicalización por rama de producción, que cobija con derechos laborales tanto a trabajadores bajo relación de dependencia o no.

El neoliberalismo autoritario no interpela al precariado desde un discurso racional de derechos, lo interpela en lo emocional, dirige su discurso a su rabia y frustración. Por eso es importante levantar argumentos sobre la pérdida de derechos laborales, pero también es significativo mostrar alternativas de seguridad en la reconstrucción y fortalecimiento de los vínculos solidarios, como una forma alternativa de construcción colectiva de la seguridad entre iguales. 

Para varios sectores precarizados durante los últimos años no es contradictorio que las élites sean las legítimas defensoras de los 7 de cada 10 ecuatorianos que se encuentran entre el desempleo y la precariedad laboral. Muchos han sido envueltos en el discurso de encontrarse perjudicados por la “rigidez” en la normativa laboral que defienden los espacios organizados de los trabajadores: “los jóvenes ya no quieren estabilidad, ni seguridad social”, “se tu propio jefe”, etc., repiten en los medios hegemónicos de comunicación. El mensaje psicopolítico detrás de la campaña mediática del “no hay mayor precariedad laboral que no percibir ningún ingreso” es: “el buen emprendedor desprecia todo lo que huele a derechos laborales; si realmente mereces el prestigio de ser tu propio esclavizador, debes realmente sentirte realizado auto explotándote”.

Desde arriba se erige una estrategia que busca compensar la sistemática exclusión económica con inclusión cultural: darle glamour a la precariedad. Es una nueva manera de incrementar su poder y tasa de ganancia desprendiéndose de los gastos que implican las obligaciones laborales y sociales. Por eso, dentro de la población precarizada durante los últimos años, sobre todo desde la pandemia, se pueden distinguir dos corrientes respecto a las perspectivas sobre qué rumbo tomar frente a la actual crisis social y política: una seducida por posiciones de “mano dura”-al estilo Bukele o Bolsonaro-, y otra que apuesta por la solidaridad y cuestiona la desigualdad social.

Es así como el autoritarismo neoliberal intenta legitimarse en una capa social precarizada que se siente libre, cómoda y sofisticada cuando se explota a sí mismo y estigmatiza a quienes podrían exigir mejores condiciones de vida. El buen emprendedor se siente libre cuando se somete ante un poder superior teológico, que le autoexige evidenciar prosperidad y lo seduce haciéndole vivir como iniciativa propia la optimización de sus energías y emociones en función de un mayor rendimiento para el sistema; que a su vez le implica rendirse en el ejercicio de la vitalidad de su propia libertad. Siente su fracaso y el de las clases empobrecidas como algo personal y no estructural: no rechaza al sistema, se rechaza a sí mismo y a los dominados. En vez de revolucionario se vuelve depresivo, con la libertad de exigir desde sus impulsos viscerales. Calma sus carencias mostrando una armadura de crueldad.

Con el sentido emprendedurista de “no sacrificar la libertad ante la seguridad” se está legitimando socialmente la presencia autoritaria de un Estado-delincuente, justamente ofrendando derechos y libertades en nombre de una supuesta seguridad, a todas luces corrupta. La extrema derecha siempre ha buscado instrumentalizar las pulsiones viscerales, proponiendo algo que sólo da la apariencia de solución, frente a problemas profundos que ellos mismos han causado. Crean desigualdad, esta a su vez aumenta la delincuencia, ganan elecciones con un programa neoliberal y populista punitivo, y se repite el ciclo.

Con el discurso de Nebot de “abatir a la ínfima porción podrida de la población”, se legitimó en los 80 la violencia política a los dirigentes y al tejido de organizaciones sociales que se opusieron a las medidas neoliberales. Asímismo, con un discurso populista punitivo, que instrumentaliza una sensación visceral de la “libertad”. Actualmente, se podría buscar legitimar una sistemática violencia política a organizaciones y dirigentes sociales. En la consulta popular que se avecina, se termina usando la desesperación por la precariedad y el miedo por la inseguridad como un medio con el cual se intenta legitimar el retroceso social. Un autoritarismo neoliberal plebiscitario que recurre a formas aparentemente democráticas para que el sometimiento parezca consensuado.

Consulta, trabajo por horas y populismo eléctrico.

Hay que prestar especial atención al contexto de los últimos días previos a la consulta y referendo. Se pone toda la carne al asador, y no es para menos. Todas las circunstancias parecían dadas para el tan anhelado trabajo por horas y arbitraje internacional, un sueño de las élites que siempre han querido materializar. Y hoy, con un consenso arrasador en la sociedad (por el sentimiento amplio de mano dura) y en la asamblea (luego de varias leyes aprobadas junto al correísmo), parecía al fin alcanzarse. Pero una serie de cortes de energía justo a pocos días de la consulta parecían poner en duda su victoria. Entonces se recurrió a un feriado de dos días y al 50% de pago de planillas eléctricas, como una medida que garantice su percibida y anhelada victoria. Aun así, nada está dicho. Pero tantos años cultivando las condiciones para que florezca la ética social del neoliberalismo autoritario, tampoco es poca cosa.

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