Nació un 14 de febrero de 1989, desde temprana edad manifestó predilección por la Literatura y la poesía, ha participado destacadamente en concursos de declamación, se formó como docente de Lengua y Literatura en la Universidad Central del Ecuador, escribe de forma aficionada: poesía, relatos cortos y ensayos. Ha sido docente en instituciones públicas y privadas, promoviendo la creación literaria en sus estudiantes.
cuerpo
Porque un día despiertas, y las horas son bellas el aroma de todo es dulce, el frío se disipa, y los motivos de tus interrupciones nocturnas, ya no son grises, sino son un cálido recuerdo en la memoria, que te regalan vida.
Temblaba su cuerpo, quizá eran las ansias que inundaban su ser, quizá era la escasez de tiempo, la urgencia de su apetito, el llamado de su palpitante y jugoso miembro erguido, me es impreciso saber a qué se debía ese temblor.
Cuando me tocaron su llameantes manos, se volvieron mis pechos territorio conquistado, parecía que esas manos, blancas palomas, me habían tocado desde antaño, estrujaban mis pechos, era como si intentara poseerme más allá de mi carne, intentaba con sus manos meterse en mi cuerpo, y no, no me parecía extraño, no me resultaba ajeno, parecía que me hubiera hecho suya desde siempre, es más, hasta de mis geografías, conocía los secretos, la tierra oscura, la tierra que tiembla, la tierra que huele a húmeda y permanece húmeda, y sus manos se abrían paso…
Iba tomando lo suyo con el derecho de un conquistador barbado, iba despojándome de cada prenda, con cada cosa que yacía en el suelo yo me volvía más poderosa, pensaba, él que me iba dejando indefensa, inerme, no sospechaba que iba retirando las cadenas de una bárbara fiera de sed insaciable, de apetito voraz, cuyas ansias no conocen saciedad, nunca puso resistencia, uno a uno fueron cayendo… sus labios, su saliva espesa, su lengua inquieta, sus dientes afilados, qué mordían mi boca, su lengua invadía mi garganta, destilaba néctar dulce, quedaban mis labios ardiendo, llagados, pero no sangrantes.
Conocía el punto exacto para que me desarmase, y sus ojos no se cerraban, no cerraba los ojos quizá por no verse vulnerable, o quizá para no perderse cada detalle de mi sumisión, y me miraba como el león hambriento mira al cervatillo despistado, la pobre presa que no sospecha que la degollarán, desollarán y la convertirán en suculenta cena de una noche.
Mientras con una mano exploraba mi sexo, hurgaba en busca de algo, sus alargados dedos con ondulantes movimientos iban abriéndose terreno, repetía la parafernalia, su mano derecha se apoderaba de mi cabello, ¡Qué jugada divina la de él!, saltarse de un lado al otro de la frontera, yo no hacía nada, era un lugar remoto sin defensas, ni atalayas que anticipen la invasión, luego bajó su boca por mi cuello, me fui abandonando, su temblor cesó.
Como quien entra a una casa que habitó por años, su tibia y suave lengua bajó a mis pechos, me ablandaba la moral, me disipaba el pudor y las cauciones, mis oscuras aureolas contraídas por el frío se dilataban por su aliento, no hubo objeciones, no había motivo, lo que él iba haciendo conmigo, me fascinaba. Habló de otros pechos, habló de otros sexos, habló de otros cuerpos, habló de antiguos amores, me preguntaba si eran asuntos pendientes, estoy harta hasta el hastió de huir de viejos fantasmas: los míos y los ajenos…
Prendió sus garras en mis caderas, mi cadera se movía siguiendo el compás de sus dedos, pequeñas gotas se le formaron en la frente y caían por sus rizados cabellos, olía a hierbas, puse un poco de resistencia, de esa que es fingida, de esa que es más una invitación, un no tembloroso, de esas últimas palabras que alcanzan a decir los moribundos con sus últimos alientos, un no imperceptible, y le abrí las puertas, y se abrieron las fuentes de agua cristalina, y no hubo poder en el mundo que le detenga, me hizo suya…
Sus rizos entre mis muslos, ahora era yo la que temblaba hecha de plastilina en sus manos, caliente, maleable, domesticada, cuantas veces me habré muerto ahí en su sofá, renacía y volvía a morir, y era él quien a su antojo me dio de beber hasta volverme dependiente, luego al verme plena, me besó otra vez, y quedó prisionero entre mis piernas no sé por cuánto tiempo permaneció ahí entre mis brazos, yo le abrazaba con todo mi cuerpo.
Pasó un siglo supongo o fueron dos al menos y quise matarlo también con mis manos así eran las reglas del juego, estaba en llamas y él era la chispa adecuada. Le acaricié el miembro con la punta de los dedos, dulce y suave era su olor, cosquillas me produjeron sus nacientes vellos exquisitos, mi lengua le saboreo, se mojó todo, y al fin cerró los ojos, le vi indefenso, vulnerable, que fácil sería de un mordisco arrancarle la hombría, y los mares empezaron agitarse llevados por los vientos ancestrales, con movimientos frenéticos, perdió el juicio, solo oía su respiración agitada, no decía nada, solo se contraía, no decía nada, ni un leve quejido, ni un pequeño murmullo, solo su cuerpo, su cara se contraía, y su sexo se hizo grande, tanto que en mi mano no cabía…Explotaron los mares y la espuma llego más allá de las orillas, y lo vi morir frente a mis ojos y le sostuve contra mi cuerpo. Lentamente le volvió la vida, abrió sus pequeños ojos dentro del cristal, y ya no volvió a ser mío…
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Estremecedor relato, realmente muy bueno… para leérselo en pareja 🥰
Simplemente hermoso, una magnífica mujer y un relato que te enchina la piel.
Muchas felicidades Margarita ❤️